martes, 9 de marzo de 2010

Testimonio de María Livia Galeano de Obeid, vidente de la Inmaculada Madre del Divino Corazón Eucarístico de Jesús y del Corazón Eucarístico de Jesús

(Segunda parte)

Cuando comencé a sentir esa voz en mi corazón sentí una gran necesidad de oración, a pensar en todo momento del día en el momento de tener el rosario para rezar y encontrarme con aquella hermosísima voz. Yo quería guardar ese secreto en mi corazón, solo lo comentaba con mi pequeño entorno familiar.

Un día mientras estaba rezando el Santo Rosario vi que bajaba una gran luz del cielo. Esa luz intensa se posó, a pocos centímetros del suelo, en una pequeña nube grisácea. Sobre esta nube apareció una hermosa mujer muy joven, casi una niña, que tendría alrededor de unos catorce años. Ella era hermosísima y tenía sus manos tendidas hacia debajo de donde salían luces purísimas que se direccionaban al suelo. La Virgen estaba muy sonriente, miraba hacia abajo con asombro y dijo ser la Bienaventurada Virgen María.

Después de la primera aparición yo quedé muy extasiada y durante tres días quedé en un estado intermedio entre el cielo y la tierra. Es decir que no podía subir al cielo con la Virgen, ni bajar a la tierra. Durante esos tres días no podía comer, apenas podía tragar mi propia saliva. Después de esos tres días volví a la realidad y continué haciendo mi vida ordinaria. La Santísima Virgen me dijo que iba a comenzar a darme algunos mensajes para ser dados al mundo y que debía anotarlos cuando Ella viniera para eso. Es decir que la Virgen me hablaba interiormente durante todo el tiempo pero cuando me iba a dar los mensajes para el mundo Ella iba a aparecerse en cuerpo y alma. Así comenzó esta catequesis de la Virgen para todos nosotros y para el mundo entero.

Yo comencé a sentir un gran deseo de confesión, había entrado mucha luz en mi conciencia y comencé a buscar un sacerdote para que me pudiera confesar. Comencé, también, a ir a misa todos los días, comencé a confesarme con el párroco de la parroquia de mi barrio y allí pude confesarle a él lo que estaba sucediendo y ese sacerdote me pidió que no comentara esto con nadie, que era importante que guardara silencio. Yo le obedecí, inmediatamente, y guardé silencio durante cinco años.

La Santísima Virgen no me había dicho nada sobre que guardara silencio, pero su silencio indicaba que estaba de acuerdo con el sacerdote. Esos cinco años de silencio, que estuvieron dentro de los planes de Dios, fueron para que la obra creciera, espiritualmente, dentro de mi corazón. Cuando se cumplieron los cinco años, la Santísima Virgen dijo: “Ahora vas a ir a un lugar que yo te indicaré y vas a contar tu experiencia, porque Nuestro Señor Jesucristo dice que en estos cinco años de silencio el tiempo se ha cumplido y los frutos están maduros”. Entonces me pidió que me dirigiera al Convento de Carmelitas Descalzas de esta ciudad y que les contara a las hermanas esta experiencia. Yo le obedecí, era el mes de noviembre de 1995. Las hermanas, después de escuchar mi relato, me dijeron que la próxima vez que viera a la Virgen le pregunte qué quería Ella de esta comunidad. Entonces, esa misma madrugada, la Virgen vino y me dictó una extensa carta para esta comunidad carmelita. Allí la Virgen les pedía, si ellas aceptaban, ser difusoras de los mensajes y la oración. Es decir, les encomendaba la acción de la oración y la difusión del mensaje. Ella pedía orar con mucho fervor ya que son hermanas de clausura para que se pudieran cumplir los planes de Dios. Las hermanas aceptan y a partir de ese momento comienzan a dar a conocer los mensajes, los mensajes que la Virgen había comenzado a dar desde 1990. Los dan a conoce a todas aquellas personas que se enteraban y que quisieran conocer estos mensajes.

En el año 1990, cuando la Virgen se comienza a aparecer, también comienzan las apariciones de Nuestro Señor Jesucristo. Después de la aparición de la Virgen, Nuestro Señor comienza a aparecer de manera diferente. Nuestro Señor Jesucristo comienza a aparecer frente a mí sin decir una sola palabra. Al comienzo, Él se presentaba en silencio y únicamente yo podía mirarlo y El miraba a mi corazón. A partir de ahí yo me sentí completamente enamorada de Jesús y centré toda mi vida en Él. Es decir, Cristo cobró mayor importancia en mi corazón, en mi vida y pasó a ser el eje central de todo.

La Virgen había quedado un poquito al costado, aunque mi amor seguía creciendo hacia Ella, Cristo abarcaba todo, todo mi ser, toda mi vida. Era todo para mí.

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