domingo, 12 de diciembre de 2010

Nuestra Señora de Guadalupe

(Cuarta aparición narrada por el Nican Mopohua)

CUARTA APARICIÓN

Pensó que por donde dio vuelta, no podía verle la que está mirando bien a todas partes.
La vio bajar de la cumbre del cerrillo y que estuvo mirando hacia donde antes él la veía. Salió a su encuentro a un lado del cerro y le dijo: “¿Qué hay, hijo mío el más pequeño? ¿Adónde vas?” ¿Se apenó él un poco o tuvo vergüenza, o se asustó?

Juan Diego se inclinó delante de ella; y le saludó, diciendo: “Niña mía, la más pequeña de mis hijas. Señora, ojalá estés contenta. ¿Cómo has amanecido? ¿Estás bien de salud, Señora y Niña mía? Voy a causarte aflicción: sabe, Niña mía, que está muy malo un pobre siervo tuyo, mi tío; le ha dado la peste, y está para morir. Ahora voy presuroso a tu casa de México a llamar uno de los sacerdotes amados de Nuestro Señor, que vaya a confesarle y disponerle; porque desde que nacimos, venimos a aguardar el trabajo de nuestra muerte.

Pero si voy a hacerlo, volveré luego otra vez aquí, para ir a llevar tu mensaje. Señora y Niña mía, perdóname; tenme por ahora paciencia; no te engaño, Hija mía la más pequeña; mañana vendré a toda prisa”. Después de oír la plática de Juan Diego, respondió la piadosísima Virgen: “Oye y ten entendido, hijo mío el más pequeño, que es nada lo que te asusta y aflige, no se turbe tu corazón, no temas esa enfermedad, ni otra alguna enfermedad y angustia. ¿No estoy yo aquí que soy tu Madre? ¿No estás bajo mi sombra? ¿No soy yo tu salud? ¿No estás por ventura en mi regazo? ¿Qué más has menester? No te apene ni te inquiete otra cosa; no te aflija la enfermedad de tu tío, que no morirá ahora de ella: está seguro que ya sanó”.

(Y entonces sanó su tío según después se supo). Cuando Juan Diego oyó estas palabras de la Señora del Cielo, se consoló mucho; quedó contento. Le rogó que cuanto antes le despachara a ver al señor obispo, a llevarle alguna señal y prueba; a fin de que le creyera.

La Señora del Cielo le ordenó luego que subiera a la cumbre del cerrillo, donde antes la veía. Le dijo: “Sube, hijo mío el más pequeño, a la cumbre del cerrillo, allí donde me vise y te di órdenes, hallarás que hay diferentes flores; córtalas, júntalas, recógelas; Enseguida baja y tráelas a mi presencia”.

Al punto subió Juan Diego al cerrillo y cuando llegó a la cumbre se asombró mucho de que hubieran brotado tantas variadas, exquisitas rosas de Castilla, antes del tiempo en que se dan, porque a la sazón se encrudecía el hielo; estaban muy fragantes y llenas de rocío, de la noche, que semejaba perlas preciosas.

Luego empezó a cortarlas; las juntó y las echó en su regazo. Bajó inmediatamente y trajo a la Señora del Cielo las diferentes rosas que fue a cortar; la que, así como las vio, las cogió con su mano y otra vez se las echó en el regazo, diciéndole: “Hijo mío el más pequeño, esta diversidad de rosas es la prueba y señal que llevarás al obispo.

Le dirás en mi nombre que vea en ella mi voluntad y que él tiene que cumplirla. Tú eres mi embajador, muy digno de confianza. Rigurosamente te ordeno que sólo delante del obispo despliegues tu manta y descubras lo que llevas. Contarás bien todo; dirás que te mandé subir a la cumbre del cerrillo que fueras a cortar flores; y todo lo que viste y admiraste; para que puedas inducir al prelado a que te dé su ayuda, con objeto de que se haga y erija el templo que he pedido”.

Después que la Señora del Cielo le dio su consejo, se puso en camino por la calzada que viene derecho a México: ya contento y seguro de salir bien, trayendo con mucho cuidado lo que portaba en su regazo, no fuera que algo se le soltara de las manos, y gozándose en la fragancia de las variadas hermosas flores.

Al llegar al palacio del obispo, salieron a su encuentro el mayordomo y otros criados del prelado. Les rogó le dijeran que deseaba verle, pero ninguno de ellos quiso, haciendo como que no le oían, sea porque era muy temprano, sea porque ya le conocían, que sólo los molestaba, porque les era importuno; y, además, ya les habían informado sus compañeros, que le perdieron de vista, cuando habían ido en su seguimiento.

Largo rato estuvo esperando. Ya que vieron que hacía mucho que estaba allí, de pie, cabizbajo, sin hacer nada, por si acaso era llamado; y que al parecer traía algo que portaba en su regazo, se acercaron a él para ver lo que traía y satisfacerse.

Viendo Juan Diego que no les podía ocultar lo que tría y que por eso le habían de molestar, empujar o aporrear, descubrió un poco que eran flores, y al ver que todas eran distintas rosas de Castilla, y que no era entonces el tiempo en que se daban, se asombraron muchísimo de ello, lo mismo de que estuvieran muy frescas, tan abiertas, tan fragantes y tan preciosas.
Quisieron coger y sacarle algunas; pero no tuvieron suerte las tres veces que se atrevieron a tomarlas; no tuvieron suerte, porque cuando iban a cogerlas, ya no se veían verdaderas flores, sino que les parecían pintadas o labradas o cosidas en la manta.

Fueron luego a decir al obispo lo que habían visto y que pretendía verle el indito que tantas veces había venido; el cual hacía mucho que aguardaba, queriendo verle. Cayó, al oírlo el señor obispo, en la cuenta de que aquello era la prueba, para que se certificara y cumpliera lo que solicitaba el indito. Enseguida mandó que entrara a verle.

Luego que entró, se humilló delante de él, así como antes lo hiciera, y contó de nuevo todo lo que había visto y admirado, y también su mensaje. Dijo: “Señor, hice lo que me ordenaste, que fuera a decir a mi Ama, la Señora del Cielo, Santa María, preciosa Madre de Dios, que pedías una señal para poder creerme que le has de hacer el templo donde ella te pide que lo erijas; y además le dije que yo te había dado mi palabra de traerte alguna señal y prueba, que me encargaste, de su voluntad.

Condescendió a tu recado y acogió benignamente lo que pides, alguna señal y prueba para que se cumpla su voluntad. Hoy muy temprano me mandó que otra vez viniera a verte; le pedí la señal para que me creyeras, según me había dicho que me la daría; y al punto lo cumplió: me despachó a la cumbre del cerrillo, donde antes yo la viera, a que fuese a cortar varias rosas de Castilla.
Después me fui a cortarlas, las traje abajo; las cogió con su mano y de nuevo las echó en mi regazo, para que te las trajera y a ti en persona te las diera. Aunque yo sabía bien que la cumbre del cerrillo no es lugar en que se den flores, porque sólo hay muchos riscos, abrojos, espinas, nopales y mezquites, no por eso dudé; cuando fui llegando a la cumbre del cerrillo miré que estaba en el paraíso, donde había juntas todas las varias y exquisitas rosas de Castilla, brillantes de rocío que luego fui a cortar.

Ella me dijo por qué te las había de entregar; y así lo hago, para que en ellas veas la señal que pides y cumplas su voluntad; y también para que aparezca la verdad de mi palabra y de mi mensaje. He las aquí: recíbelas”.

Desenvolvió luego su blanca manta, pues tenía en su regazo las flores; y así que se esparcieron por el suelo todas las diferentes rosas de Castilla, se dibujó en ella y apareció de repente la preciosa imagen de la siempre Virgen Santa María, Madre de Dios, de la manera que está y se guarda hoy en su templo del Tepeyácac, que se nombra Guadalupe.

Luego que la vio el señor obispo, él y todos los que allí estaban se arrodillaron; mucho la admiraron; se levantaron; se entristecieron y acongojaron, mostrando que la contemplaron con el corazón y con el pensamiento.

El señor obispo, con lágrimas de tristeza oró y pidió perdón de no haber puesto en obra su voluntad y su mandato. Cuando se puso de pie, desató del cuello de Juan Diego, del que estaba atada, la manta en que se dibujó y apareció la señora del Cielo.
Luego la llevó y fue a ponerla en su oratorio. Un día más permaneció Juan Diego en la casa del obispo que aún le detuvo. Al día siguiente, le dijo: “Ea, a mostrar dónde es voluntad de la Señora del Cielo que le erija su templo”.

Inmediatamente se convidó a todos para hacerlo. No bien Juan Diego señaló dónde había mandado la Señora del Cielo que se levantara su templo, pidió licencia de irse.
Quería ahora ir a su casa a ver a su tío Juan Bernardino, el cual estaba muy grave, cuando le dejó y vino a Tlatilolco a llamar a un sacerdote, que fuera a confesarle y disponerle, y le dijo la Señora del Cielo que ya había sanado.

Pero no le dejaron ir solo, sino que le acompañaron a su casa. Al llegar, vieron a su tío que estaba muy contento y que nada le dolía.

Se asombró mucho de que llegara acompañado y muy honrado su sobrino, a quien preguntó la causa de que así lo hicieran y que le honraran mucho.

Le respondió su sobrino que, cuando partió a llamar al sacerdote que le confesara y dispusiera, se le apareció en el Tepeyácac la Señora del Cielo; La que, diciéndole que no se afligiera, que ya su tío estaba bueno, con que mucho se consoló, le despachó a México, a ver al señor obispo para que le edificara una casa en el Tepeyácac. Manifestó su tío ser cierto que entonces le sanó y que la vio del mismo modo en que se aparecía a su sobrino; sabiendo por ella que le había enviado a México a ver al obispo.

También entonces le dijo la Señora que, cuando él fuera a ver al obispo, le revelara lo que vio y de qué manera milagrosa le había sanado; y que bien la nombraría, así como bien había de nombrarse su bendita imagen, la siempre Virgen Santa María de Guadalupe.

Trajeron luego a Juan Bernardino a presencia del señor obispo; a que viniera a informarle y atestiguara delante de él. A entrambos, a él y a su sobrino, los hospedó el obispo en su casa algunos días, hasta que se erigió el templo de la Reina del Tepeyácac, donde la vio Juan Diego.
El Señor obispo trasladó a la Iglesia Mayor la santa imagen de la amada Señora del Cielo; la sacó del oratorio de su palacio, donde estaba, para que toda la gente viera y admirara su bendita imagen.

La ciudad entera se conmovió: venía a ver y admirar su devota imagen, y a hacerle oración. Mucho le maravillaba que se hubiese aparecido por milagro divino; porque ninguna persona de este mundo pintó su preciosa imagen.


(Nuestra Señora de Guadalupe, Colonia - Uruguay)

Nuestra Señora de Guadalupe

(Tercera aparición narrada por el Nican Mopohua)

TERCERA APARICIÓN
Entre tanto, Juan Diego estaba con la Santísima Virgen, diciéndole la respuesta que traía del señor obispo; la que oída por la Señora, le dijo: “Bien está, hijo mío, volverás aquí mañana para que lleves al obispo la señal que te ha pedido; con eso e creerá y acerca de esto ya no dudará ni de ti sospechará y sábete, hijito mío, que yo te pagaré tu cuidado y el trabajo y cansancio que por mí has emprendido; ea, vete ahora; que mañana aquí te aguardo”.

Al día siguiente, lunes, cuando tenía que llevar Juan Diego alguna señal para ser creído, ya no volvió, porque cuando llegó a su casa, un tío que tenía, llamado Juan Bernardino, le había dado la enfermedad, y estaba muy grave. Primero fue a llamar a un médico y le auxilió; pero ya no era tiempo, ya estaba muy grave.

Por la noche, le rogó su tío que de madrugada saliera, y viniera a Tlatilolco a llamar un sacerdote, que fuera a confesarle y disponerle, porque estaba muy cierto de que era tiempo de morir y que ya no se levantaría ni sanaría. El martes, muy de madrugada, se vino Juan Diego de su casa a Tlatilolco a llamar al sacerdote; y cuando venía llegando al camino que sale junto a la ladera del cerrillo del Tepeyácac, hacia el poniente, por donde tenía costumbre de pasar, dijo: “Si me voy derecho, no sea que me vaya a ver la Señora, y en todo caso me detenga, para que llevase la señal al prelado, según me previno: que primero nuestra aflicción nos deje y primero llame yo deprisa al sacerdote; el pobre de mi tío lo está ciertamente aguardando”.

Luego, dio vuelta al cerro, subió por entre él y pasó al otro lado, hacia el oriente, para llegar pronto a México y que no le detuviera la Señora del Cielo.

Nuestra Señora de Guadalupe

(Segunda aparición narrada por el Nican Mopohua)

SEGUNDA APARICIÓN
En el mismo día se volvió; se vino derecho a la cumbre del cerrillo y acertó con la Señora del Cielo, que le estaba aguardando, allí mismo donde la vio la vez primera.
Al verla se postró delante de ella y le dijo: "Señora, la más pequeña de mis hijas, Niña mía, fui a donde me enviaste a cumplir tu mandado; aunque con dificultad entré a donde es el asiento del prelado; le vi y expuse tu mensaje, así como me advertiste; me recibió benignamente y me oyó con atención; pero en cuanto me respondió, pareció que no la tuvo por cierto, me dijo: "Otra vez vendrás; te oiré más despacio: veré muy desde el principio el deseo y voluntad con que has venido..."

Comprendí perfectamente en la manera que me respondió, que piensa que es quizás invención mía que Tú quieres que aquí te hagan un templo y que acaso no es de orden tuya; por lo cual, te ruego encarecidamente, Señora y Niña mía, que a alguno de los principales, conocido, respetado y estimado le encargues que lleve tu mensaje para que le crean porque yo soy un hombrecillo, soy un cordel, soy una escalerilla de tablas, soy cola, soy hoja, soy gente menuda, y Tú, Niña mía, la más pequeña de mis hijas, Señora, me envías a un lugar por donde no ando y donde no paro.
Perdóname que te cause gran pesadumbre y caiga en tu enojo, Señora y Dueña mía". Le respondió la Santísima Virgen: "Oye, hijo mío el más pequeño, ten entendido que son muchos mis servidores y mensajeros, a quienes puedo encargar que lleven mi mensaje y hagan mi voluntad; pero es de todo punto preciso que tú mismo solicites y ayudes y que con tu mediación se cumpla mi voluntad.

Mucho te ruego, hijo mío el más pequeño, y con rigor te mando, que otra vez vayas mañana a ver al obispo. Dale parte en mi nombre y hazle saber por enero mi voluntad, que tiene que poner por obra el templo que le pido.

Y otra vez dile que yo en persona, la siempre Virgen Santa María, Madre de Dios, te envía”. Respondió Juan Diego: ”Señora y Niña mía, no te cause yo aflicción; de muy buena gana iré a cumplir tu mandado; de ninguna manera dejaré de hacerlo ni tengo por penoso el camino.
Iré a hacer tu voluntad; pero acaso no seré oído con agrado; o si fuere oído, quizás no se me creerá. Mañana en la tarde, cuando se ponga el sol, vendré a dar razón de tu mensaje con lo que responda el prelado. Ya de ti me despido, Hija mía la más pequeña, mi Niña y Señora. Descansa entre tanto”.

Luego se fue él a descansar a su casa. Al día siguiente, domingo, muy de madrugada, salió de su casa y se vino derecho a Tlatilolco, a instruirse en las cosas divinas y estar presente en la cuenta para ver enseguida al prelado.

Casi a las diez, se presentó después de que oyó misa y se hizo la cuenta y se dispersó el gentío. Al punto se fue Juan Diego al palacio del señor obispo. Apenas llegó, hizo todo empeño por verlo, otra vez con mucha dificultad le vio: se arrodilló a sus pies; se entristeció y lloró al exponerle el mandato de la Señora de Cielo; que ojalá que creyera su mensaje, y la voluntad de la Inmaculada, de erigirle su templo donde manifestó que lo quería.

El señor obispo, para cerciorarse, le preguntó muchas cosas, dónde la vio y cómo era; y él refirió todo perfectamente al señor obispo. Mas aunque explicó con precisión la figura de ella y cuanto había visto y admirado, que en todo se descubría ser ella la siempre Virgen Santísima Madre del Salvador Nuestro Señor Jesucristo; sin embargo, no le dio crédito y dijo que no solamente por su plática y solicitud se había de hacer lo que pedía; que, además, era muy necesaria alguna señal; para que se le pudiera creer que le enviaba la misma Señora del Cielo. Así que lo oyó, dijo Juan Diego al obispo: “Señor, mira cuál ha de ser la señal que pides; que luego iré a pedírsela a la Señora del Cielo que me envía acá”. Viendo el obispo que ratificaba todo, sin dudar, ni retractar nada, le despidió.

Mandó inmediatamente a unas gentes de su casa en quienes podía confiar, que le vinieran siguiendo y vigilando a dónde iba y a quién veía y hablaba. Así se hizo. Juan Diego se vino derecho y caminó por la calzada; los que venían tras él, donde pasa la barranca, cerca del puente Tepeyácac, lo perdieron; y aunque más buscaron por todas partes, en ninguna le vieron. Así es que regresaron, no solamente porque se fastidiaron, sino también porque les estorbó su intento y les dio enojo.

Eso fueron a informar al señor obispo, inclinándole a que no le creyera, le dijeron que no más le engañaba; que no más forjaba lo que venía a decir, o que únicamente soñaba lo que decía y pedía; y en suma discurrieron que si otra vez volvía, le habían de coger y castigar con dureza, para que nunca más mintiera y engañara.


(Nuestra Señora de Guadalupe, Colonia - Uruguay)

Nuestra Señora de Guadalupe

El Nican Mopohua (“aquí se narra) es el relato escrito en idioma Náhuatl de las apariciones de Nuestra Señora de Guadalupe en el cerro Tepeyac, México. Fue escrito pocos años después de los hechos (siglo XVI), por un sabio indígena: Don Antonio Valeriano. El autor recoge allí el testimonio del propio Juan Diego, vidente de la Virgen de Guadalupe, pocos años después de los hechos acontecidos.

El escrito fue traducido al español y fue publicado por el bachiller Luis Lasso de la Vega, vicario de la capilla del Tepeyac.

NICAN MOPOHUA
(Texto original de las apariciones de la Virgen de Guadalupe a San Juan Diego)

Relato de las apariciones de la Virgen de Guadalupe.
En orden y concierto se refiere aquí de qué maravillosa manera se apareció poco ha la siempre Virgen María, Madre de Dios, Nuestra Reina, en el Tepeyac, que se nombra Guadalupe.

Primero se dejó ver de un pobre indio llamado Juan Diego; y después se apareció su preciosa imagen delante del nuevo obispo don fray Juan de Zumárraga. También (se cuentan) todos los milagros que ha hecho.

PRIMERA APARICIÓN

Diez años después de tomada la ciudad de México se suspendió la guerra y hubo paz entre los pueblos, así como empezó a brotar la fe, el conocimiento del verdadero Dios, por quien se vive. A la sazón, en el año de mil quinientos treinta y uno, a pocos días del mes de diciembre, sucedió que había un pobre indio, de nombre Juan Diego según se dice, natural de Cuautitlán. Tocante a las cosas espirituales aún todo pertenecía a Tlatilolco.

Era sábado, muy de madrugada, y venía en pos del culto divino y de sus mandados. al llegar junto al cerrillo llamado Tepeyácac amanecía y oyó cantar arriba del cerrillo: semejaba canto de varios pájaros preciosos; callaban a ratos las voces de los cantores; y parecía que el monte les respondía. Su canto, muy suave y deleitosos, sobrepujaba al del COYOLTOTOTL y del TZINIZCAN y de otros pájaros lindos que cantan.

Se paró Juan Diego a ver y dijo para sí: "¿Por ventura soy digno de lo que oigo? ¿Quizás sueño? ¿Me levanto de dormir? ¿Dónde estoy? ¿Acaso en el paraíso terrenal, que dejaron dicho los viejos, nuestros mayores? ¿Acaso ya en el cielo?"

Estaba viendo hacia el oriente, arriba del cerrillo de donde procedía el precioso canto celestial y así que cesó repentinamente y se hizo el silencio, oyó que le llamaban de arriba del cerrillo y le decían: "Juanito, Juan Dieguito".

Luego se atrevió a ir adonde le llamaban; no se sobresaltó un punto; al contrario, muy contento, fue subiendo al cerrillo, a ver de dónde le llamaban. Cuando llegó a la cumbre, vio a una señora, que estaba allí de pie y que le dijo que se acercara.

Llegado a su presencia, se maravilló mucho de su sobrehumana grandeza: su vestidura era radiante como el sol; el risco en que se posaba su planta flechado por los resplandores, semejaba una ajorca de piedras preciosas, y relumbraba la tierra como el arco iris.

Los mezquites, nopales y otras diferentes hierbecillas que allí se suelen dar, parecían de esmeralda; su follaje, finas turquesas; y sus ramas y espinas brillaban como el oro.
Se inclinó delante de ella y oyó su palabra muy blanda y cortés, cual de quien atrae y estima mucho. Ella le dijo: "Juanito, el más pequeño de mis hijos, ¿a dónde vas?" Él respondió: "Señora y Niña mía, tengo que llegar a tu casa de México Tlatilolco, a seguir cosas divinas, que nos dan y enseñan nuestros sacerdotes, delegados de nuestro Señor".

Ella luego le habló y le descubrió su santa voluntad, le dijo: "Sabe y ten entendido, tú, el más pequeño de mis hijos, que yo soy la siempre Virgen Santa María, Madre del verdadero Dios por quien se vive; del Creador cabe quien está todo; Señor del cielo y de la tierra.
Deseo vivamente que se me erija aquí un templo para en él mostrar y dar todo mi amor, compasión, auxilio y defensa, pues yo soy vuestra piadosa madre; a ti, a todos vosotros juntos los moradores de esta tierra y a los demás amadores míos que me invoquen y en mí confíen; oír allí sus lamentos, y remediar todas sus miserias, penas y dolores.

Y para realizar lo que mi clemencia pretende, ve al palacio del obispo de México y le dirás cómo yo te envío a manifestarle lo que mucho deseo, que aquí en el llano me edifique un templo: le contarás puntualmente cuanto has visto y admirado y lo que has oído.

Ten por seguro que lo agradeceré bien y lo pagaré, porque te haré feliz y merecerás mucho que yo recompense el trabajo y fatiga con que vas a procurar lo que te encomiendo. Mira que ya has oído mi mandato, hijo mío el más pequeño, anda y pon todo tu esfuerzo".

Al punto se inclinó delante de ella y le dijo: "Señora mía, ya voy a cumplir tu mandado; por ahora me despido de ti, yo tu humilde siervo" Luego bajó, para ir a hacer su mandado; y salió a la calzada que viene en línea recta a México.

Habiendo entrado en la ciudad, sin dilación se fue en derechura al palacio del obispo, que era el prelado que muy poco antes había venido y se llamaba don fray Juan de Zumárraga, religioso de San Francisco. Apenas llegó, trató de verle; rogó a sus criados que fueran a anunciarle y pasado un buen rato vinieron a llamarle, que había mandado el señor obispo que entrara.

Luego que entro, se inclinó y arrodilló delante de él; en seguida le dio el recado de la Señora del Cielo; y también le dijo cuanto admiró, vio y oyó. Después de oír toda su plática y su recado, pareció no darle crédito; y le respondió: "Otra vez vendrás, hijo mío y te oiré más despacio, lo veré muy desde el principio y pensaré en la voluntad y deseo con que has venido".

Él salió y se vino triste; porque de ninguna manera se realizó su mensaje.

domingo, 31 de octubre de 2010

Breve historia de las apariciones de la Virgen en Medjugorje II

El quinto día:

El día 28 de junio de 1981, grandes multitudes de todas partes, se juntaron desde temprano. Hacia el mediodía, había unas quince mil personas. Ese mismo día fray Jozo Zovko, el párroco, interrogó a los niños sobre lo que habían visto y oído en los días anteriores.

A la hora de costumbre, la Virgen apareció nuevamente. Los niños rezaron con Ella y luego hicieron preguntas. Vicka le preguntó: “Mi querida Señora, ¿qué quisieras de nuestros sacerdotes?”. La Virgen le contestó: “La gente debe rezar y creer firmemente”. De los sacerdotes dijo que debían ser fuertes en la fe y ayudar a los demás a creer firmemente.

Ese día la Virgen apareció varias veces. Una de esas veces los niños le preguntaron por qué no se aparecía en la parroquia para que todo el mundo la viera. Contestó: “Bienaventurados aquellos que sin haber visto, han creído”.

El sexto día:

El 29 de junio de 1981, los niños fueron llevados a Mostar para un reconocimiento médico, tras el que se les diagnostico como “sanos”. El informe del médico jefe del servicio fue “No están locos los niños, sino las personas que los han traído hasta aquí”.

La multitud ese día, en la colina de las apariciones, fue mayor que nunca. Tan pronto como los niños llegaron al lugar de siempre y empezaron a rezar, la Virgen se apareció. En esta ocasión, la Madre de Dios les exhortó a tener fe, diciéndoles: “La gente debe creer firmemente y no tener miedo”.

Ese día, una doctora que iba siguiendo a los niños durante la aparición, deseó tocar a la Virgen, y sintió un estremecimiento cuando los videntes guiaron su mano al lugar donde se encontraba Su hombro. La doctora, aunque era agnóstica, tuvo que reconocer que: “Aquí, algo extraño está pasando”.

Ese mismo día, un niño llamado Daniel Setka, fue milagrosamente curado. Sus padres lo llevaron a Medjugorje, rezando específicamente para su curación. La Virgen había prometido que esto se haría si los padres rezaban, creían y ayunaban. El niño fue sanado de repente.

El séptimo día:

El 30 de junio de 1981, dos chicas jóvenes propusieron a los videntes irse lejos en coche para dar un paseo. Su intención era llevarlos lejos de la zona y retenerlos hasta después de la hora de las apariciones. Sin embargo, aunque los niños se encontraran lejos del Podbrdo, una llamada interior los incitó a salir del coche. Tan pronto obedecieron y se pusieron a rezar, la Virgen se acercó a ellos desde la dirección del Pobdro, que en ese momento se encontraba a un kilómetro.

De esta manera, la trampa de aquellas jóvenes quedó sin efecto. Muy pronto, luego de este episodio, la policía comenzó a entorpecer, a los niños y a los peregrinos, el camino hacia el lugar de las apariciones. Aunque luego se les prohibió ir, la Virgen siguió apareciéndoseles en lugares escondidos, en sus casas y en el campo.

Al mismo tiempo, el párroco empezó a acoger a los peregrinos en la iglesia, permitiéndoles participar en el rosario y en la celebración de la eucaristía. Los videntes también rezaban ahí el rosario. La Virgen se apareció a veces, durante este período, en la iglesia. Incluso una vez, el mismo párroco, mientras rezaba el rosario, vio a la Virgen; inmediatamente interrumpió la oración y espontáneamente comenzó a cantar un canto popular: “Lijepa si, lijepa Djevo Mario” (“Oh, qué bella eres Santísima Virgen María”). Así, él, que hasta entonces no solamente había dudado, sino estado en contra del más mínimo hablar sobre las apariciones, se convirtió en el defensor de ellas. Dio testimonio de su apoyo a las apariciones a tl punto que fue condenado a prisión.

viernes, 29 de octubre de 2010

Breve historia de las apariciones de la Virgen María en Medjugorje (parte I)

En Medjugorje (Citluk, Bosnia y Herzegovina) por más de veinte años, seis testigos fidedignos perseverantemente dan fe bajo juramento que, desde el 24 de junio de 1981, la Bienaventurada Virgen María se les aparece hasta el día de hoy.

El primer día:

En la fecha citada, hacia aproximadamente las seis de la tarde, en al zona de la colina de Crnica, conocida como Podbrdo, los niños Ivanka Ivankovic, Mirjana Dragicevic, Vicka Ivankovic y Milka Pavlovic vieron a una increíblemente bella mujer joven, con un niño pequeño en brazos. No les dijo nada, pero les indicaba con gestos que podían acercarse. Sorprendidos y asustados, tuvieron miedo de hacerlo, aunque pensaron inmediatamente que era la Virgen.

El segundo día:

El 25 de junio de 1981, los niños quedaron en encontrarse nuevamente en el mismo lugar donde el día anterior se había aparecido la Virgen, esperando verla nuevamente. De repente hubo un destello de luz, los niños miraron hacia arriba y vieron a la Virgen, esta vez sin el niño.

Era indescriptiblemente bella, sonriente y alegre. Les hizo un gesto para que se acercaran, los niños se animaron y subieron hacia Ella. Inmediatamente cayeron de rodillas y empezaron a rezar el Padrenuestro, Avemaría y Gloria. La Virgen rezaba con ellos, menos el Avemaría.

Después de rezar, empezó a hablar con los niños. Lo primero que le preguntó Ivanka fue por su madre, que hacía dos meses que había fallecido. Mirjana pidió a la Virgen alguna señal para dar a la gente y demostrarle que no estaban locos o mentían, como algunos habían dicho.

La Virgen dejó a los niños, finalmente con estas palabras: “¡Dios esté con vosotros, mis ángeles!”. Antes, cuando le preguntaron si la volverían a ver al día siguiente, les contestó asintiendo con la cabeza.

Según los videntes, todo el encuentro fue indescriptible. Ese día, dos niños que formaban parte el grupo del primer día, no estaban: Ivan Ivankovic y Milka Pavlovic. En su lugar vinieron Marija Pavlovic y Jakov Colo. Desde entonces, según esos seis niños, la Virgen se les aparece regularmente.

El tercer día:

El 26 de junio de 1981, muy ilusionados, los niños esperaron hasta las seis de la tarde (hora en la cual la Virgen se les había aparecido previamente). Iban hacia el mismo lugar, el monte Podbrdo, para encontrarse con Ella. Estaban muy contentos, aunque al preguntarse cuál sería el resultado de todo aquello, su alegría se mezclaba con temor. A pesar de todo, los niños sentían una fuerza interior que les empujaba a encontrarse con la Virgen.

De repente, mientras estaban camino al encuentro, una luz destelló tres veces. Para ellos y para los que los seguían, era una señal indicando el paradero de la Virgen. De golpe, Ella desapareció, pero cuando los niños empezaron a rezar, volvió a acudir. Estaba alegre y sonriendo serenamente, y otra vez más, su belleza era irresistible.

Cuando salieron de la casa, algunas mujeres mayores les aconsejaron llevar agua bendita para asegurarse de que la visión no fuera el demonio. Cuando estuvieron con la Virgen, Vicka tomó el agua y la tiró en su dirección diciendo: “Si tu eres nuestra Madre Bendita, por favor quédate, y si no, aléjate de nosotros”. La Virgen sonrió al oír esas palabras y se quedó con ellos. Entonces Mirjana le preguntó su nombre y Ella le contestó: “Soy la bienaventurada Virgen María”.

Ese mismo día, bajando del Podbro, la Virgen se apareció nuevamente, esta vez sólo a Marija, diciendo: “Paz, paz, paz y solo paz”. Detrás de Ella, Marija pudo ver una cruz. La Virgen lo ratificó con lágrimas: “La paz debe reinar entre el hombre y Dios, y entre todos los pueblos”.

El cuarto día:

El 27 de junio de 1981, la Virgen se apareció tres veces a los niños y dio a los sacerdotes el siguiente mensaje: “Han de creer firmemente y han de cuidar la fe del pueblo”. Nuevamente, Jakov y Mirjana pidieron una señal porque la gente había empezado a acusarles de mentir o de tomar drogas. “No tengáis miedo de nada”, es contestó la Virgen.

Antes de despedirse, al preguntarle si volvería, dijo que lo haría. Bajando el Podbro, la Virgen se apareció una vez más para despedirse con estas palabras: “¡Que Dios esté con vosotros, mis ángeles, idos en paz!”.

lunes, 18 de octubre de 2010

Cinco piedras (II)

La historia de David puede parecernos bastante insólita, usar una piedra y una honda para vencer a un guerrero gigante suena bastante inverosímil. David venció a Goliat no por su valentía o sus humildes armas, sino porque tenía su confianza puesta en Dios.

Hoy, la Santísima Virgen María se aparece todos los días en Medjugorje (Bosnia Herzegobina), desde el 25 de junio de 1981. Viene a nosotros como Reina de la Paz a recordarnos que Dios está vivo y quiere que todos sus hijos se salven. En sus mensajes ella nos llama “Queridos hijos”, porque eso es lo que somos cada uno de nosotros: un hijo querido, una hija querida de María. Ella quiere conducirnos de regreso a Dios y nos pide que permitamos que Él toque nuestro corazón, que nos cambie a través de la oración.

Así como David venció a Goliat con su honda y cinco piedras, nosotros también debemos vencer a nuestro propio Goliat: nuestro egoísmo, nuestra soberbia, nuestra envidia… todo lo que nos aparta de Dios. No estamos solos en nuestra batalla diaria para acercarnos más y más a Nuestro Padre, María nos acompaña, nos guía y nos ofrece cinco piedras: la oración con el corazón, el ayuno, la penitencia, la Eucaristía y la Biblia. La honda es nuestra fe, la cual debemos hacer crecer día a día. Fe y confianza en Dios, como David.

Oración:

La Virgen María nos llama a orar, pero a orar con el corazón. El cristiano no puede vivir sin oración. La oración es lo que nos une a todos los hijos de Dios del mundo. El Padre nos hizo a su imagen y semejanza y quiere que entendamos por qué somos tan importantes para Él. Lo único que nos pide es que en nuestro corazón esté el regalo especial del amor que Él nos ha dado. Si un hombre tiene el corazón endurecido no puede orar, pero si comienza a orar un poco todos los días, todo cambiará para él. Dios quiere que reconozcamos que la oración nos sana, con la oración seremos capaces de acercarnos nuevamente a Él.

Orar con el corazón es también ofrecer a nuestros enemigos a Dios, ponerlos en nuestro corazón y perdonarlos. Si tienes odios contra otros, déjalos a los pies de Jesús en la cruz.

Esas cinco piedras dadas a David son también las cinco decenas del Rosario. El Rosario es un arma garantizada por Dios, podemos estar seguros de eso y creerlo. Es una biografía, es la historia de la vida de Jesús y de María.

María quiere llevarnos al grado más alto de intimidad con Dios, pero esa vida de intimidad no será posible si no hay comunicación con Él. Cuando en los mensajes la Santísima Virgen nos habla de la oración, nos pide:

1) Ponerla en primer lugar de nuestro día y de nuestra vida (25 – 12 – 1991).

2) Que la hagamos en forma enteramente consciente y activa, no por rutina y compromiso (28 – 5 – 1985; 5 – 2 – 1985).

3) Que sea una oración perseverante (5 – 12 – 1989; 26 – 7 – 1989).

4) Que hagamos de nuestra oración un verdadero encuentro con Dios (14 – 7 – 86; 25 – 12 – 1987; 25 – 11 – 1988)

Ayuno:

La Virgen María nos pide que ayunemos a pan y agua, miércoles y viernes. Ayunar no quiere decir únicamente abstenerse de comer, sino que el ayuno nos libera del egoísmo ya que cuando lo hacemos nos sacrificamos por amor. Nunca seremos capaces de comprender la cruz de Jesús como el misterio supremo de amor, si no comenzamos a ayunar.

El ayuno nos regresa a los tiempos antiguos, cuando la gente ayudaba para acercarse más a Dios. En los momentos decisivos de la historia de Israel encontramos largos ayunos. Moisés iba a recibir las tablas de la Ley y a formalizar la nueva Alianza con el Señor. Para este acontecimiento se preparó con un ayuno de cuarenta días. Al final de esta experiencia su rostro reflejaba intensamente la Luz Divina.

Jesús se preparó para emprender el camino que debía llevarlo al ministerio pascual con un ayuno de cuarenta días, signo de su abandono total en las manos de Su Padre

Ayunar no significa sólo ‘no comer’; tiene un significado más amplio y más profundo, ayunar significa renunciar, quedar libres de muchas preocupaciones, proyectos, ídolos, etc. Cualquier tipo de apego exagerado a una cosa es una atadura, una esclavitud, por lo tanto al ayunar uno puede quitar ese tipo de ataduras.

Los enfermos o los desvalidos no deben ayunar a pan y agua, pero hay muchas formas de ayunar, por ejemplo: dejar de fumar, dejar de ver la televisión, dejar de dormir y velar en oración, dejar de mentir, de criticar, de murmurar por un día. Dejar de pecar y hacer a un lado la soberbia, recordando que somos hijos de Dios y que sin Él nada podemos hacer.

“El ayuno del cuerpo es necesario, pero el ayuno todavía mas necesario es el del pecado. Ayunen una vez a la semana a pan y agua, en honor al Espíritu Santo, además de los viernes” (11 – 12 – 1982). “Que todos encuentren la manera de ayunar: el que fuma, que no fume; el que toma alcohol que no tome; que cada renuncie a algo que le guste” (1 – 3 – 1984). “Si con el ayuno desean recibir la gracia de Dios, que nadie sepa que están ayunando. Ayunen además los miércoles y los viernes” (8 – 2 – 1984).

Penitencia:

María Santísima nos pide que nos confesemos, al menos, una vez al mes. “Es necesario invitar al pueblo a que se confiese una vez al mes” (6 – 8 – 1982). “Si los cristianos empezaran a reconciliarse con Dios y con los hombres una vez al mes mediante la confesión, pronto se curarían espiritualmente” (7 – 11- 1983).

Jesús se pone feliz cuando llega un pecador a descargar sus pecados en la Confesión. Él lo perdona y lo abraza con mucho amor, pues nunca lo ha dejado de amar. El sacramento de la Reconciliación es el sacramento de la misericordia. A través de nuestras oraciones y nuestra conversión Dios está sanando a la Iglesia. La Confesión es lo que nos lleva a la Resurrección. Jesús nos dio este sacramento para que nos sintiéramos en paz y con amor. No le demos la espalda a Jesús.

Eucaristía:

La Eucaristía es un sacrificio, el sacrificio de Cristo por todos nosotros. En el altar, el sacerdote ofrece el Don Supremo, el Don más Precioso: a Jesús mismo. Es Él mismo quien en ese momento dice: “Tomad y comed todos de él, porque este es mi Cuerpo”.

Hemos olvidado que Jesús está real y verdaderamente presente en la Sagrada Eucaristía. Pensemos qué hermoso es poder recibirlo con el corazón puro y arrepentido, libres de cualquier atadura. ¡Qué alegría siente el Señor cuando vamos a Misa y nos acercamos a recibirlo!

Para poder vivir la Santa Misa, debemos prepararnos. Llegar con anticipación a la Iglesia para contar con tiempo para hacer oración y pedirle al Señor que prepare nuestro corazón para el encuentro con Él. Al termino de la Misa, no salgamos apresuradamente afuera. Quedémonos un tiempo más adorando a Dios que está en nuestro corazón. Démosle gracias por todos los dones que nos da, especialmente por el Don más grande de todos: la Presencia Real de Jesús en la Eucaristía. Adorémoslo en silencio, démosle la oportunidad de que nos hable al corazón. De ese modo, Jesús podrá sanar nuestras heridas y llenarnos de fortaleza y amor.

“Queridos hijos, hoy los invito a enamorarse de Jesús Sacramentado en la Eucaristía. Adórenlo en las parroquias… Jesús será su amigo… Él será la mayor alegría para ustedes, hijitos, cuando ustedes adoran a Jesús, también están cerca de Mí” (25 – 9 – 1995).

En resumen la Reina de la Paz nos pide sobre la Eucaristía:

1) Desearla como el mayor tesoro que el Señor nos ha dejado para nuestro provecho.

2) Esperarla como se espera un gran acontecimiento.

3) Prepararse con las debidas disposiciones de espíritu y corazón.

4) Estar en el templo un poco antes de empezar la Misa y hacerlo con gusto, como quien espera un extraordinario encuentro.

5) Asistir con respeto, humildad y buen comportamiento.

6) Escuchar con fe y atención la Palabra Divina.

7) Participar de corazón y no solo materialmente.

8) Comulgar en la Santa Misa, haciendo de ella el más grande acontecimiento del día y de la vida. Ya que comulgar es más que ver.

9) Adorar a Jesús que viene a nosotros inundando de ternura, de amor y de misericordia.

10) Enamorarnos de Jesús Sacramentado.

11) Pedirle cuanto queramos de su riqueza infinita para con nuestra extrema indigencia.

Biblia:

Este gran libro es el único que no se puede leer sin el corazón. La Virgen lloró en Medjugorje cuando habló de la Biblia, dijo que nosotros elegimos mal porque no hemos elegido la Biblia. Leemos montañas de diarios y revistas, nos pasamos horas enteras frente a la televisión o la computadora; así elegimos nuestras propias palabras, palabras humanas, y dejamos de lado la Palabra de Dios.

Debemos redescubrir la Biblia, comenzar a vivirla y escuchar atentamente lo que nos revela. No olvidemos lo que la Palabra Divina hizo en el corazón de la Virgen y, como Ella, también debemos decir “Sí” al Señor.

La Palabra de Dios siempre es actual, tiene siempre el mismo poder y espera nuestro “Sí”. Comencemos a leer un pasaje por día, grabémoslo en nuestra mente y en nuestro corazón, llevémoslo dentro de nosotros durante el día. En los momentos difíciles volvamos a recordarlo y pidamos que esas palabras se refuercen en nosotros.

“Hijitos, los invito a todos a llevar la Palabra de Dios en su corazón y en sus pensamientos. En sus hogares pónganla en un lugar visible. Léanla y vívanla” (25 – 8 – 1996).

“Pequeños míos, oren y lean las Sagradas Escrituras a fin de que descubran en ellas el mensaje para ustedes” (25 – 6 – 1991).

domingo, 17 de octubre de 2010

Cinco piedras (parte I)

El relato de David y Goliat está enmarcado en la tercera parte de la historia sagrada, luego del Génesis y del Éxodo. Los israelitas todavía no son dueños de las tierras de Canaán pero las doce tribus se han acostumbrado a una vida campesina y sedentaria, luego de haber sido pastores errantes.

Establecidos en los cerros, deben lidiar con el asedio de los filisteos que viven en la fértil llanura de la costa, en las ciudades de Gat, Gaza, Azoto, Ascalon y Acarón.

En este momento, los israelitas sienten la necesidad de unirse en torno a un solo rey, una autoridad estable y permanente que sustituya a los “jueces”, esos inspirados que no siempre están cuando el pueblo los necesita. De esta manera, Saúl fue elegido el primer rey de Israel. A sus órdenes se encontraba David de Belén, “valiente y hábil para la guerra, agradable para conversar, de buena presencia y muy favorecido de Yavé”, (1-Samuel 16:18).

En aquellos días “salió de entre las filas filisteas un guerrero llamado Goliat. Era de la ciudad de Gat y medía alrededor de tres metros de altura. Toda su armadura y sus armas eran de bronce: el casco que llevaba en la cabeza, la coraza de escamas de que iba revestido y que pesaba sesenta kilos, las polainas que cubrían sus piernas y la lanza que cargaba a sus espaldas. Esta era tan gruesa como un palo de telar, terminaba en una punta de hierro y pesaba siete kilos.

Delante de él marchaba el que llevaba su escudo. Se detuvo frente a las líneas israelitas y gritó: ‘¿Por qué han salido para ponerse en orden de batalla? Yo soy filisteo; ustedes, en cambio, son los servidores de Saúl. Escojan, pues, un hombre que pueda pelear conmigo. Si es más fuerte que yo y me mata, nosotros seremos sus esclavos, pero si yo soy más fuerte y lo mato, entonces ustedes serán nuestros esclavos y nos servirán.’ Y el filisteo agregó: ‘Este es mi desafío a los israelitas: preséntenme un hombre para que luchemos juntos’. Al oír esto, Saúl y todo Israel quedaron asombrados y asustados”, (1-Samuel 17:4 – 11). “El filisteo se presentaba cada mañana y tarde, y lo hizo por espacio de cuarenta días” (1-Samuel 17:16).

“David dijo a Saúl: ‘¡No hay por qué tenerle miedo a ese! Yo, tu servidor, iré a pelear con ese filisteo’. Dijo Saúl: ‘No puedes pelear contra él, pues tu eres un jovencito y él es un hombre adiestrado para la guerra desde su juventud’.

David le respondió: ‘Cuando estaba guardando el rebaño de mi padre y venía un león o un oso y se llevaba una oveja del rebaño, yo lo perseguía, lo golpeaba y se lo arrancaba. Si se volvía contra mí, lo tomaba de la quijada y lo mataba hasta matarlo. Yo he matado leones y osos; lo mismo haré con este filisteo que ha insultado a los ejércitos del Dios vivo’. Y añadió David ‘Yavé, que me ha librado de las garras del león y del oso, me librará de las manos de este filisteo’.

Entonces Saúl dijo a David ‘Vete y que Yavé sea contigo’. Luego Saúl le puso su equipo de combate. Le dio un casco de bronce y una coraza. Después, David se abrochó el cinturón con la espada por sobre la coraza pero no pudo andar porque no estaba acostumbrado. Y se deshizo de todas esas cosas. Tomó, en cambio, su bastón, escogió en el río cinco piedras lisas y las colocó en su bolsa de pastor. Luego avanzó hacia el filisteo con la honda en la mano.

El filisteo se acercó más y más a David, precedido por el que llevaba su escudo, y cuando lo vio lo despreció porque era un jovencito. Y le dijo: ‘¿Crees que soy un perro para que vengas a amenazarme con un palo? ¡Que mis dioses te maldigan! ¡Ven a atacarme para poder así tirar tu cuerpo a las aves de rapiña y a las fieras salvajes!’.

David, empero, le respondió: ‘Tú vienes a pelear conmigo armado de jabalina, lanza y espada; yo, en cambio, te ataco en nombre de Yavé, el Dios de los Ejércitos de Israel, a quien tú has desafiado. Hoy te entregará Yavé en mis manos, te derribaré y te cortaré la cabeza. Y hoy mismo daré tu cadáver y los cadáveres del ejército filisteo a las aves de rapiña y a las fieras salvajes. Toda la tierra sabrá que hay un Dios en Israel, y sabrán todas estas gentes que Yavé no necesita espada o lanza para dar la victoria, porque la suerte de la batalla está en sus manos’.

Cuando el filisteo se lanzó contra David, éste metió rápidamente su mano en la bolsa, sacó la piedra y se la tiró con la honda. La piedra alcanzó al filisteo, hundiéndosele en la frente. Este cayó de bruces al suelo. David, entonces, corrió y se puso de pie encima de su cuerpo, tomó su espada y lo remató cortándole la cabeza. Los filisteos al ver muerto a su héroe, huyeron. Así pues sin otra arma que su honda y una piedra, David derrotó al filisteo y le quitó la vida” (1-Samuel 17:32 – 51).

martes, 14 de septiembre de 2010

Fiesta de la Exaltación de la Santa Cruz

MARÍA DA A SUS HIJOS TROZOS DEL ÁRBOL DE LA VIDA QUE ES LA CRUZ DE JESÚS

No significa eso que quien ha encontrado a María por medio de una verdadera devoción esté exento de cruces y sufrimientos. Todo lo contrario, es acometido por aquello más que ningún otro; porque María, que es la madre de los vivientes, da a sus hijos trozos del árbol de vida que es la cruz de Jesús; pero, al tallarles buenas cruces, les da la gracia de llevarlas con paciencia e incluso con alegría. Tanto es así que las cruces que ella da a los suyos son, por así decirlo, como dulce de cruz o cruces almibaradas más bien que cruces amargas. O si por algún tiempo gustan la amargura del cáliz que necesariamente han de beber para ser amigos de Dios, el consuelo y la alegría que esta buena madre hace suceder a la tristeza les alienta sobre toda medida a cargar con cruces aún más pesadas y amargas.

San Luis María Grignion de Monfort (1999). El secreto de María (p 29). Buenos Aires, Argentina: Lumen.



miércoles, 8 de septiembre de 2010

Natividad de la Santísima Virgen María




Himno

Hoy nace una clara estrella,
tan divina y celestial,
que, con ser estrella, es tal,
que el mismo sol nace de ella.

De Ana y de Joaquín, oriente
de aquella estrella divina,
sale luz clara y digna
de ser pura eternamente;
el alba más clara y bella
no le puede ser igual,
que, con ser estrella, es tal,
que el mismo Sol nace de ella.

No le iguala lumbre alguna
de cuantas bordan el cielo,
porque es el humilde suelo
de sus pies la blanca luna:
nace en el suelo tan bella
y con luz tan celestial,
que, con ser estrella, es tal,
que el mismo Sol nace de ella.

Gloria al Padre, y gloria al Hijo,
gloria al Espíritu Santo,
por los siglos de los siglos. Amén.

O bien

Canten hoy, pues nacéis vos,
los ángeles, gran Señora,
y ensáyense, desde ahora,
para cuando nazca Dios.

Canten hoy pues a ver vienen
nacida su Reina bella,
que el fruto que esperan de ella
es por quien la gracia tienen.

Dignan, Señora de vos,
que habéis de ser su Señora,
y ensáyense, desde ahora,
para cuando nazca Dios.

Pues de aquí a catorce años,
que en buena hora cumpláis,
verán el bien que nos dais,
remedio de tantos daños.

Canten y digan, por vos,
que desde hoy tienen Señora,
y ensáyense desde ahora,
para cuando venga Dios.

Y nosotros que esperamos
que llegue pronto Belén,
preparemos también
el corazón y las manos.

Vete sembrando, Señora,
de paz nuestro corazón,
y ensayemos, desde ahora,
para cuando nazca Dios. Amén.

domingo, 22 de agosto de 2010

María, Reina del universo

(Durante la audiencia general del miércoles 23 de julio de 1997)

1. La devoción popular invoca a María como Reina. El Concilio, después de recordar la asunción de la Virgen «en cuerpo y alma a la gloria del cielo», explica que fue «elevada (...) por el Señor como Reina del universo, para ser conformada más plenamente a su Hijo, Señor de los señores (cf. Ap 19,16) y vencedor del pecado y de la muerte» (Lumen gentium, 59).

En efecto, a partir del siglo V, casi en el mismo período en que el concilio de Éfeso la proclama «Madre de Dios», se empieza a atribuir a María el título e Reina. El pueblo cristiano, con este reconocimiento ulterior de su excelsa dignidad, quiere ponerla por encima de todas las criaturas, exaltando su función y su importancia en la vida de cada persona y de todo el mundo.

Pero ya en un fragmento de una homilía, atribuido a Orígenes, aparece este comentario a las palabras pronunciadas por Isabel en la Visitación: «Soy yo quien debería haber ido a ti, puesto que eres bendita por encima de todas las mujeres, tú, la madre de mi Señor tu mi Señora» (Fragmenta: PG 13, 1.902 D). En este texto, se pasa espontáneamente de la expresión «la madre de mi Señor» al apelativo «mi Señora», anticipando lo que declarará más tarde san Juan Damasceno, que atribuye a María el título de «Soberana»: «Cuando se convirtió en madre del Creador, llegó a ser verdaderamente la soberana de todas las criaturas»
(De fide orthodoxa, 4, 14: PG 94, 1.157).

2. Mi venerado predecesor Pío XII, en la encíclica Ad_coeli Reginam, a la que se refiere el texto de la constitución Lumen gentium, indica como fundamento de la realeza de María, además de su maternidad, su cooperación en la obra de la redención. La encíclica recuerda el texto litúrgico: «Santa María, Reina del cielo y Soberana del mundo, sufría junto a la cruz de nuestro Señor Jesucristo» (AAS 46 [1954] 634). Establece, además, una analogía entre María y Cristo, que nos ayuda a comprender el significado de la realeza de la Virgen.
Cristo es rey no sólo porque es Hijo de Dios, sino también porque es Redentor. María es reina no sólo porque es Madre de Dios, sino también porque, asociada como nueva Eva al nuevo Adán, cooperó en la obra de la redención del género humano (AAS 46 [1954] 635).

En el evangelio según san Marcos leemos que el día de la Ascensión el Señor Jesús «fue elevado al cielo y se sentó a la diestra de Dios» (Mc 16,19). En el lenguaje bíblico, «sentarse a la diestra de Dios» significa compartir su poder soberano. Sentándose «a la diestra del Padre», él instaura su reino, el reino de Dios. Elevada al cielo, María es asociada al poder de su Hijo y se dedica a la extensión del Reino, participando en la difusión de la gracia divina en el mundo.

Observando la analogía entre la Ascensión de Cristo y la Asunción de María, podemos
concluir que, subordinada a Cristo, María es la reina que posee y ejerce sobre el universo una soberanía que le fue otorgada por su Hijo mismo.

3. El título de Reina no sustituye, ciertamente, el de Madre: su realeza es un corolario de su peculiar misión materna, y expresa simplemente el poder que le fue conferido para cumplir dicha misión.

Citando la bula Ineffabilis Deus, de Pío IX, el Sumo Pontífice Pío XII pone de relieve esta dimensión materna de la realeza de la Virgen: «Teniendo hacia nosotros un afecto materno e interesándose por nuestra salvación, ella extiende a todo el género humano su solicitud. Establecida por el Señor como Reina del cielo y de la tierra, elevada por encima de todos los coros de los ángeles y de toda la jerarquía
celestial de los santos, sentada a la diestra de su Hijo único, nuestro Señor Jesucristo, obtiene con gran certeza lo que pide con sus súplicas maternas; lo que busca, lo encuentra, y no le puede faltar» (AAS 46 [1954] 636-637).

4. Así pues, los cristianos miran con confianza a María Reina, y esto no sólo no disminuye, sino que, por el contrario, exalta su abandono filial en aquella que es madre en el orden de la gracia.

Más aún, la solicitud de María Reina por los hombres puede ser plenamente eficaz precisamente en virtud del estado glorioso posterior a la Asunción. Esto lo destaca muy bien san Germán de Constantinopla, que piensa que ese estado asegura la íntima relación de María con su Hijo, y hace posible su intercesión en nuestro favor.
Dirigiéndose a María, añade: Cristo quiso «tener, por decirlo así, la cercanía de tus labios y de tu corazón; de este modo, cumple todos los deseos que le expresas, cuando sufres por tus hijos, y él hace, con su poder divino, todo lo que le pides» (Hom 1: PG 98, 348).

5. Se puede concluir que la Asunción no sólo favorece la plena comunión de María con Cristo, sino también con cada uno de nosotros: está junto a nosotros, porque su estado glorioso le permite seguirnos en nuestro itinerario terreno diario.
También leemos en san Germán: «Tú moras espiritualmente con nosotros, y la grandeza de tu desvelo por nosotros manifiesta tu comunión de vida con nosotros» (Hom 1: PG 98, 344).

Por tanto, en vez de crear distancia entre nosotros y ella, el estado glorioso de María suscita una cercanía continua y solícita. Ella conoce todo lo que sucede en nuestra existencia, y nos sostiene con amor materno en las pruebas de la vida.

Elevada a la gloria celestial, María se dedica totalmente a la obra de la salvación, para comunicar a todo hombre la felicidad que le fue concedida. Es una Reina que da todo lo que posee, compartiendo, sobre todo, la vida y el amor de Cristo.

Autor: SS Juan Pablo II | Fuente: Catholic.net

viernes, 16 de julio de 2010

Consagración a la Virgen del Carmen



Virgen del Carmen, oh Madre mía, me consagro a Tí,
y confío en tus manos mi existencia entera.
Acepta mi pasado con todo lo que ha sido.
Acepta mi presente con todo lo que es.
Acepta mi futuro con todo lo que será.
Con esta total consagración
te confío cuanto tengo y cuanto soy,
todo lo que he recibido de tu Hijo Sacratísimo
y de tu Esposo Santísimo.

Te confío mi inteligencia, mi voluntad y mi corazón.
Pongo en tus manos mi libertad, mis ansias y
mis temores, mis esperanzas y mis deseos,
mis tristezas y mis alegrías.
Cuida de mi vida y todas mis acciones para que
sea más fiel al Señor Trino y Uno,
y con tu ayuda alcance la salvación.

Te confío, Oh gran Señora,
mi cuerpo y mis sentidos,
para que sean puros siempre
y me ayuden en el ejercicio de las virutdes.

Te confío mi alma, para que Tú la preserves de
las tentaciones del mundo,
de la carne, y de Satanás.
Hazme participar de una santidad similar a la tuya;
vuélveme conforme a Jesucristo, ideal de mi vida.

Te confío mi entusiasmo y el ardor de mi devoción
para que me ayudes a no envejecer en la Fe.

Te confío mi capacidad y ganas de amar
como has amado Tú, y como Jesús quiere que se ame .

Te confío mis incertidumbres y mis angustias,
para que en tu Corazón- encuentre seguridad,
sostén y luz en cada instante de mi vida.

Con esta consagración
me empeño en seguir tu vida
de humildad, mansedumbre,- y pureza.
Acepto las renuncias y los sacrificios
que esta elección conlleva y te prometo
con la gracia de Dios y con tu ayuda
ser fiel al empeño tomado.

Oh, Madre de todos los hombres,
Soberana de mi vida y de mi conducta,
dispón de mí y de todo lo que pertenece
para que camine siempre en el Evangelio
bajo tu guía, oh Estrella del Mar.

Oh Reina del Cielo y de la Tierra,
Madre Santísima del Redentor,
soy todo (a) tuyo (a), oh Virgen del Carmen,
y a Ti quiero unirme ahora y siempre
para adorar a Jesucristo, juntoa los Angeles
y a los Santos, ahora y por los siglos de los siglos.

Amén.


domingo, 11 de julio de 2010

Saludo de San Francisco de Asís a La Virgen María



¡Salve, Señora, santa Reina, santa Madre de Dios,
María, virgen convertida en templo,
y elegida por el santísimo Padre del cielo,
consagrada por El con su santísimo
Hijo amado y el Espíritu Santo Paráclito;
que tuvo y tiene toda la plenitud de la gracia
y todo bien!

¡Salve, palacio de Dios!
Salve, tabernáculo de Dios!
¡Salve, casa de Dios!
¡Salve, vestidura de Dios!
¡Salve, esclava de Dios!
¡Salve, Madre de Dios!
¡Salve también todas vosotras,
santas virtudes, que, por la gracia
e iluminación del Espíritu Santo
sois infundidas en los corazones
de los fieles para hacerlos,
de infieles, fieles a Dios!



miércoles, 7 de julio de 2010

Exvoto

Si yo pudiera, Virgen pía, darte
Mi corazón como se da una lámpara,
Lo sacaría de mi pecho, vivo,
Para labrarlo como fina plata.

¡Que gloria estar contigo noche a noche,
Arder por ti como flameante llama,
Y que tú digas, plácida a los ángeles:
-¡Siempre me alumbra hasta que llega el alba!
¡Qué gloria iluminar, ¡oh madre mía!,

Tus pies menudos de camelia blanca
Y ser el óleo que por ti se quema
En el ardiente cuenco de tu lámpara!

Tómame, así, ¡oh Virgen del Socorro!,
Fortuna y salvaguardia de mi casa,
Y acepta, para el templo que tú habitas,
El sillar que te ofrece mi esperanza.

Juana de Ibarbourou

viernes, 7 de mayo de 2010

Que se haga en mi Tu Voluntad

(Salta, Santuario de la Inmaculada Madre del Divino Corazón Eucarístico de Jesús)


Siempre hice mis planes de vida pensando en lo que yo quería o anhelaba, y seguía esos planes según mi parecer. Cuando elegía que camino tomar, oraba y presentaba esos planes a Dios diciendo: “Esto es lo que quiero para mi vida, bendice este plan y permite que se cumpla”. Luego, esa hoja de ruta fallaba y ahí llegaba mi enojo y mi rebeldía contra todos al no entender la verdadera causa de estos fallos.


Planeaba mi vida en función de lo que yo quería o de lo que creía conveniente para mí, pero nunca me pregunté qué quería Dios para mí. Nunca me entregué y dije: “Que se haga en mí Tu Voluntad”.

A partir de hoy me entrego a Ti, Padre. Guía mis pasos según Tu Plan.


14 de noviembre de 2009


domingo, 4 de abril de 2010

Mensaje dado por la Santísima Virgen María en Salta el 4 de abril de 1999

¡Gloria al Altísimo!
¡Benditos sean mis hijos!
Hijos de la Iglesia.
¡Sed buenos servidores, mis hijitos!
¡Sed portadores de paz!
¡Sed verdaderos cristianos unidos al Sagrado Corazón de Jesús!
¡Sed testimonios de unidad, de paz y de Amor en el mundo!
Recibid, mis hijitos, toda la alegría y el Amor de mi Corazón Inmaculado.
¡Gloria a Dios! ¡Gloria!

lunes, 22 de marzo de 2010

María, fuente de misericordia

"Virgen Madre, ven, recibe la corona de Reina; corona de oro purísimo como el corazón de tus hijos que te la ofrecen, como el corazón del pastor que te la procuró. Dos gracias te pido en particular: la paz en las familias, en las parroquias, que tanto te aman y te honran; la paz en nuestra patria bendita, que orienta sus energías al logro de los más altos ideales de convivencia humana y social en la luz del Evangelio".

Juan XXIII

martes, 9 de marzo de 2010

Testimonio de María Livia Galeano de Obeid, vidente de la Inmaculada Madre del Divino Corazón Eucarístico de Jesús y del Corazón Eucarístico de Jesús

(Tercera parte)

Nuestro Señor, después del silencio, comenzó a dar mensajes al igual que la Santísima Virgen y a pedirme, también, algunas cosas importantes que yo tenía que hacer para que esta obra se cumpliera y para un mayor acercamiento de mi persona a su Corazón.

Un día de cuaresma (un primero de abril de 1995), estaba rezando el Via Crucis (yo tengo un Crucifijo arriba de mi cama y estaba arrodillada rezando). En un momento dejé de ver la Cruz y se apareció una imagen de el sagrario de la parroquia de mi barrio, donde iba todos los días, y después apareció un enorme corazón de carne, vivo, palpitante, que tenía una gran herida en el costado. Cada vez que latía yo podía sentir el dolor de Jesús y cada vez que tenía espasmos de dolor yo podía sentir ese dolor y así comencé a sentir ese gran amor y ese gran dolor, ese gran sufrimiento y la agonía de Jesús. Sentí que mi corazón se iba a morir, que estaba agonizando. Caí de rodillas. Finalmente, Jesús me quitó ese dolor, esa agonía, y pude incorporarme. Pude ver, arriba de este corazón, unas letras que decían: “Yo soy el Sacratísimo Corazón Eucarístico de Jesús, adoradme perpetuamente en reparación”, y a continuación me dio esta oración de Consagración al Sacratísimo Corazón Eucarístico que tiene mucha fuerza para estos tiempos y que me pidió que fuera rezada a los pies del Sagrario para pedir intercesión, para pedir cualquier gracia que necesitemos de su Divinidad. Cristo dijo: “Es necesario dar a conocer esta oración para que todos vengan a Mí, me conozcan y sepan que Yo Soy el Dios del Amor”.

En el año 2000, la Santísima Virgen pide que se de a conocer el mensaje donde Ella pide un santuario. Esto es llevado al Arzobispo de Salta, Mario Antonio Cargnello y se le manda por escrito el pedido de la Virgen. Finalmente, las Hermanas Carmelitas lo dan a conocer y el terreno es donado por una familia dueña de una parte de Tres Cerros. Es así que se cumple el mandato de Dios casi instantáneamente.

Así comienzan estas reuniones los días sábados y también comienzan las oraciones de intercesión. Durante la oración de intercesión la Virgen María intercede por cada persona y es Nuestro Señor Jesucristo que se presenta allí para abrazar a cada uno y darle todo su amor, únicamente por la oración de pedido de Su Madre.

Aquí llegamos hasta hoy con muchísimos milagros, curaciones y conversiones. Lo más importante son las conversiones, ya que es lo que Dios está pidiendo: volver a Él.

Testimonio de María Livia Galeano de Obeid, vidente de la Inmaculada Madre del Divino Corazón Eucarístico de Jesús y del Corazón Eucarístico de Jesús

(Segunda parte)

Cuando comencé a sentir esa voz en mi corazón sentí una gran necesidad de oración, a pensar en todo momento del día en el momento de tener el rosario para rezar y encontrarme con aquella hermosísima voz. Yo quería guardar ese secreto en mi corazón, solo lo comentaba con mi pequeño entorno familiar.

Un día mientras estaba rezando el Santo Rosario vi que bajaba una gran luz del cielo. Esa luz intensa se posó, a pocos centímetros del suelo, en una pequeña nube grisácea. Sobre esta nube apareció una hermosa mujer muy joven, casi una niña, que tendría alrededor de unos catorce años. Ella era hermosísima y tenía sus manos tendidas hacia debajo de donde salían luces purísimas que se direccionaban al suelo. La Virgen estaba muy sonriente, miraba hacia abajo con asombro y dijo ser la Bienaventurada Virgen María.

Después de la primera aparición yo quedé muy extasiada y durante tres días quedé en un estado intermedio entre el cielo y la tierra. Es decir que no podía subir al cielo con la Virgen, ni bajar a la tierra. Durante esos tres días no podía comer, apenas podía tragar mi propia saliva. Después de esos tres días volví a la realidad y continué haciendo mi vida ordinaria. La Santísima Virgen me dijo que iba a comenzar a darme algunos mensajes para ser dados al mundo y que debía anotarlos cuando Ella viniera para eso. Es decir que la Virgen me hablaba interiormente durante todo el tiempo pero cuando me iba a dar los mensajes para el mundo Ella iba a aparecerse en cuerpo y alma. Así comenzó esta catequesis de la Virgen para todos nosotros y para el mundo entero.

Yo comencé a sentir un gran deseo de confesión, había entrado mucha luz en mi conciencia y comencé a buscar un sacerdote para que me pudiera confesar. Comencé, también, a ir a misa todos los días, comencé a confesarme con el párroco de la parroquia de mi barrio y allí pude confesarle a él lo que estaba sucediendo y ese sacerdote me pidió que no comentara esto con nadie, que era importante que guardara silencio. Yo le obedecí, inmediatamente, y guardé silencio durante cinco años.

La Santísima Virgen no me había dicho nada sobre que guardara silencio, pero su silencio indicaba que estaba de acuerdo con el sacerdote. Esos cinco años de silencio, que estuvieron dentro de los planes de Dios, fueron para que la obra creciera, espiritualmente, dentro de mi corazón. Cuando se cumplieron los cinco años, la Santísima Virgen dijo: “Ahora vas a ir a un lugar que yo te indicaré y vas a contar tu experiencia, porque Nuestro Señor Jesucristo dice que en estos cinco años de silencio el tiempo se ha cumplido y los frutos están maduros”. Entonces me pidió que me dirigiera al Convento de Carmelitas Descalzas de esta ciudad y que les contara a las hermanas esta experiencia. Yo le obedecí, era el mes de noviembre de 1995. Las hermanas, después de escuchar mi relato, me dijeron que la próxima vez que viera a la Virgen le pregunte qué quería Ella de esta comunidad. Entonces, esa misma madrugada, la Virgen vino y me dictó una extensa carta para esta comunidad carmelita. Allí la Virgen les pedía, si ellas aceptaban, ser difusoras de los mensajes y la oración. Es decir, les encomendaba la acción de la oración y la difusión del mensaje. Ella pedía orar con mucho fervor ya que son hermanas de clausura para que se pudieran cumplir los planes de Dios. Las hermanas aceptan y a partir de ese momento comienzan a dar a conocer los mensajes, los mensajes que la Virgen había comenzado a dar desde 1990. Los dan a conoce a todas aquellas personas que se enteraban y que quisieran conocer estos mensajes.

En el año 1990, cuando la Virgen se comienza a aparecer, también comienzan las apariciones de Nuestro Señor Jesucristo. Después de la aparición de la Virgen, Nuestro Señor comienza a aparecer de manera diferente. Nuestro Señor Jesucristo comienza a aparecer frente a mí sin decir una sola palabra. Al comienzo, Él se presentaba en silencio y únicamente yo podía mirarlo y El miraba a mi corazón. A partir de ahí yo me sentí completamente enamorada de Jesús y centré toda mi vida en Él. Es decir, Cristo cobró mayor importancia en mi corazón, en mi vida y pasó a ser el eje central de todo.

La Virgen había quedado un poquito al costado, aunque mi amor seguía creciendo hacia Ella, Cristo abarcaba todo, todo mi ser, toda mi vida. Era todo para mí.