jueves, 9 de febrero de 2012

Plegaria por un enfermo

El 22 de julio de 1985, la Virgen María (en su advocación como Reina de la Paz) dictó a Jélena Vasilij esta oración por un enfermo. A este propósito la Virgen ha dicho: "Queridos hijos: ¡La oración más hermosa que podéis rezar por un enfermo es precisamente ésta!".

Nuestra Madre ha añadido a Jélena que el mismo Jesús la ha aconsejado. Jesús quiere que durante el rezo de esta plegaria, tanto el enfermo como quien intercede por él, se abandonen con confianza en las manos de Dios.


Oh, Dios mío, el enfermo que se encuentra ante Tí ha venido a exponerte su voluntad, pidiéndote lo que juzga para él la cosa más importante. Dios mío, infunde Tú en su corazón este convencimiento: ¡Lo importante es que gocemos de salud en el alma!

¡Que se cumpla en todo, Señor, sobre él Tu Santa Voluntad! Si quieres su curación, que se cure, pero si Tu Voluntad es otra, que siga llevando su cruz.

También te pido por cuantos intercedemos por él; purifica nuestros corazones para que seamos dignos de transmitir, por nuestro medio, Tu Divina Misericordia. Señor protégelo y
alivia sus penas. Que se cumpla en él Tu Santa Voluntad. Que sea revelado por su medio Tu Santo nombre. Ayúdale a llevar con valentía su cruz."

(Tres Glorias)

sábado, 4 de febrero de 2012

Consagración al Inmaculado Corazón de María (Inmaculada Madre del Divino Corazón Eucarístico de Jesús)

Purísima Madre mía, quiero consagrarte mi corazón, mi voluntad, mi vida entera.
Llévame al Corazón de tu Divino Hijo Jesús, para que Él habite en mi. Quiero ser totalmente tuyo, Madre mía. Y a partir de hoy servirte fielmente en lo que me mandes.
Sé dulce compañía en mi vida, no permitas que jamás me separe de Ti, y en la hora de mi muerte ven a buscarme para gozar de la Eternidad en Tu compañía.
Bendita y Alabada seas por siempre Madre Mía.
Amén

lunes, 28 de marzo de 2011

Sabía usted...





domingo, 27 de marzo de 2011

Jóvenes practicando la castidad

Años atrás, un joven se sintió vencido por la emoción: la mujer con quien había vivido por años lo abandonó. “Mi corazón que tano la amaba fue herido, roto y derramó lágrimas de sangre”, dijo.

Este hombre, que se llamaba Agustín, pasaría después por una gran confusión y ansiedad. Aunque estaba convencido de la verdad en lo que respecta al cristianismo, sabía que existía un gran obstáculo que le impedía ofrecerle su vida a Cristo. “Lo que me tenía atado era, principalmente, el simple habito de tener que saciar un apetito que nunca podría ser satisfecho”.

La situación de Agustín bien podría ser la misma que la de cualquier joven de nuestros días. Entonces, como ahora, la sociedad tenía una idea liberal en asuntos del sexo. Al igual que Agustín, muchas personas actualmente practican el “amor libre”, pero en su interior no son felices. Sin embargo, San Agustín a los 31 años rechazó sus apetitos carnales, se convirtió al cristianismo y llegó a ser un gran santo. De igual manera, las personas de hoy pueden cambiar sus costumbres y vivir una vida feliz, de pureza sexual, cualquiera que sea su estado de vida.

¿Qué es la castidad?

El impulso sexual es algo bueno, permite que ambos esposos participen con Dios en el acto mayor: la creación de un nuevo ser humano con un alma que perdurará para siempre. Pero al igual que todo lo que es bueno, el sexo tiene su lugar y éste es dentro del matrimonio. El lugar apropiado para el sexo está protegido por la castidad.

La castidad es la fuerza que nos permite guiar nuestra sexualidad para nuestro mayor bien y el de la sociedad. La castidad es también una energía espiritual que ayuda a romper las cadenas del egoísmo. Esta virtud se expresa de muchas maneras: a través del control de uno mismo, y de una conducta sana y pura con los demás y con nosotros; dándole valor a la modestia y desarrollando el control de nuestras emociones y de la voluntad. La castidad también se practica amando a las personas y no solamente a sus cuerpos.

¿Por qué necesitamos esta fortaleza llamada castidad? Porque estamos tentados al sexo inmoral. Frecuentemente estamos tentados a usar a otros como objetos y no como personas. Aunque nuestro deseo físico por el acto sexual es algo bueno ya que nos fue dado por Dios para la continuación de la raza humana, nuestra tendencia es dar rienda suelta a nuestro deseo natural. Este pecado ofende a Dios y finalmente nos hace daño; por lo tanto, debemos librar una batalla en contra de él.

¿Por qué?

La Biblia nos enseña que las relaciones sexuales fuera del matrimonio son moralmente incorrectas, pero ¿por qué? Es un asunto de honestidad. El acto matrimonial en su naturaleza, debe llevarnos nuevamente al día de nuestra boda y ayudarnos a renovar las promesas que se han hecho para toda la vida. Esto significa que primero tenemos que hacer el compromiso de la alianza de un matrimonio para toda la vida, en las buenas y en las malas, para luego comprometernos a una renovación verdadera y simbólica de esta alianza matrimonial.

Sin embargo, el sexo fuera del matrimonio pretende ser algo que en realidad no es. Es deshonesto. No hay una alianza que renovar. Esto ayuda a explicar por qué muchos se sienten tan mal después de tener este tipo de relaciones: saben que han sido deshonestos con ellos mismos, con su pareja sexual y con Dios.

Ayuda desde el Cielo

¿Cómo es posible canalizar la energía sexual de forma sana y sagrada? Lo primero que hay que hacer es reconocer que el poder de ser casto no proviene de uno mismo sino de Dios. La pureza sexual solo es posible a través del poder de la salvación que proviene de Jesucristo. Él es Dios y es hombre ahora y siempre. Cuando caminó sobre la tierra nos enseñó a pedirle de acuerdo con nuestras necesidades. La ayuda que nos proporciona es la gracia, Él les dará esa gracia a los que a desean y la piden.

Hagan uso de este modo especial por el cual Dios nos ayuda, frecuentando los sacramentos de la Reconciliación y la Sagrada Comunión. Además, ¿tienen ustedes una vida diaria de oración? Si no, ¡comiencen ahora! Estos son los grandes canales a través de los cuales nos llega la gracia para mantener la pureza sexual.

El Papa Juan Pablo II señaló que ha habido épocas en la historia en que ha sido difícil ser cristiano, la nuestra es una de ellas. Pero ¿no es este desafío lo que hace que el elegir ser cristiano sea tan atractivo? Son las cosas difíciles las que exigen coraje, y el coraje es algo noble. La experiencia nos enseña que la alegría surge del sacrificio, cuando este se lleva a cabo por amor a Cristo, quien nos dijo en la Última Cena: “os he dicho estas cosas para que mi alegría esté dentro de vosotros y vuestra alegría sea completa” (Juan 15:11).

Su parte

Ustedes también deben hacer su parte. Protejan sus pensamientos, a menudo la imaginación es “el campo de batalla de la mente”. Los ojos pueden ser la ventana para pensamientos impuros, cuiden sus ojos. La Biblia dice: “por lo demás hermanos, atended a cuanto hay de verdadero, de honorable, de justo, de puro, de amable, de saludable, de virtuoso y de digno de alabanza, a eso estad atentos” (Filipenses 4:8).

Cuando una persona joven y atractiva del sexo opuesto los tiente, oren: “Te agradezco Señor que hayas creado una persona tan atractiva. Ayúdame a verla como a Tu creación y no como a un objeto sexual”. Esto puede reforzarse tomando buenas decisiones en lo que respecta a los asuntos del sexo. Elijan cuidadosamente sus amistades, comprométanse en actividades saludables, practiquen deportes, eviten el lenguaje grosero, vístanse con modestia.

¿Qué significa todo esto?

La castidad es la voluntad de Dios para nosotros, el sexo es algo bueno pero solo dentro del matrimonio, el cual simboliza el compromiso de pacto matrimonial.

La castidad solamente es posible si dependemos de la ayuda de Dios, es decir, de Su Gracia. Debemos cooperar con ella decidiéndonos a ser puros. Aquellos que han caído pueden arrepentirse, ser perdonados por Dios y llevar una vida buena y santa. Finalmente, la castidad nos ayuda en nuestro camino hacia la felicidad, tanto en esta vida como en el Cielo, para siempre con Dios.

En un discurso dirigido a la juventud en 1984, el Papa Juan Pablo II dijo: “Únanse a las filas de aquellos que no están dispuestos a degradar sus cuerpos al nivel de objetos. Respeten sus cuerpos, son parte de vuestra condición humana y templos del Espíritu Santo. Les pertenecen porque Dios se los ha dado ‘glorificad, pues a Dios en vuestros templos’ (Corintios 1, 9:25).

Fuente: Fundación para la Familia.

domingo, 6 de febrero de 2011

"La aventura de la castidad" de Dawn Eden (II)

Si cree que está lista para encontrar a la persona correcta y casarse, ese deseo debe ser parte de su vida de oración.

Algunas personas recomiendan orar día y noche para que se les envíen un marido. Yo no. Hice eso por un largo tiempo y descubrí que no sólo no recibí un esposo, sino que yo era más fácil de engañar. Cuando conocía a un posible interés amoroso pensaba: ¡Dios está contestando mis oraciones! La idea me hacía precipitar a iniciar una relación personal mientras que pasaba por alto problemas obvios de compatibilidad.

Hoy oro para que Dios me prepare para el matrimonio; para que me envíe un esposo cuando esté lista;: y que me conceda paciencia mientras tanto. También le agradezco por hacer todo en Su buen tiempo. Es difícil decir esta oración cuando me molesta que se esté tomando Su dulce tiempo, pero me recuerda que la experiencia ha demostrado que Dios tiene mejor sentido del tiempo que yo.

Por último, le pido a Dios que bendiga, guíe, fortalezca y proteja a mi futuro esposo. Orar por mi futuro esposo me recuerda que Dios sabe quien es él aún cuando yo no lo sepa. También me hace sentir espiritualmente conectada a él, incluso si todavía nos falta conocernos.

Orar por el deseo de nuestro corazón según la voluntad de Dios es la maera en que nos alineamos con el propósito de nuestra vida. Cuando hacemos nuestros planes sin consultar con Dios somos como trenes con ruedas defectuosas que amenazan con salirse de los rieles. Algo tan sencillo como una oración de todo corazón puede enviarnos en la dirección que se supone que debemos ir.

"La aventura de la castidad" de Dawn Eden

Si usted resiste el ir de bar en bar, tener sexo casual y otras tonterías superficiales que nuestra cultura nos dice que conducirán al matrimonio, usted al final tendrá días en que se preguntará si vale la pena. Después de todo, esas cosas sí conducen al matrimonio. Todas conocemos a alguien que conoció a su esposo en un club nocturo o en una fiesta llena de cerveza.

Considero que la gente que todavía no ha aprendido la castidad es como bebés en gestación: sin forma, incompletos, sin una clara idea de las gracias que podrían florecer en ellos. CUando se casan, de pronto son lanzados a un mundo poco familiar para el que no están listos. Son bebés prematuros.

¿Pueden tener éxito tales matrimonios? Por supuesto. Pero no sin dolores del crecimiento. Como los bebés prematuros, estos recién casados tienen que trabajar más duros que los individuos que están completamente formados para conquistar los peligros de su ambiente poco familiar.. Y así como un nacimiento prematuro puede tener efectos dañinos en un bebé en los años subsiguientes, la gente que se casa sin entender la castidad es raquítica. Será difícil para ellos crecer juntos como deberían, porque todavía tienen que desarrollar dones espirituales que son mejor cultivados antes del matrimonio, como la paciencia, fidelidad y dominio propio. Asimismo, tendrán mayores desafíos que las parejas castas en profundizar sus lazos espirituales porque les faltó profundidad desde el comienzo.

Este período en el que soy una soltera casta es mi gestación. Me esfuerzo por unir mi voluntad a la de Dios, y confío en que Él me está formando. Sé que también está formando a mi futuro esposo.

Al final de cada día, aunque parezca que no estoy más cerca de conocer a mi esposo, sé que en verdad estoy más cerca, porque estoy más cerca de ser la mujer que Dios quiere que sea. Cuando 'nazca' en el matrimonio, los dones espirituales que he desarrollado me ayudarán a crecer junto con mi esposo"

domingo, 12 de diciembre de 2010

Nuestra Señora de Guadalupe

(Cuarta aparición narrada por el Nican Mopohua)

CUARTA APARICIÓN

Pensó que por donde dio vuelta, no podía verle la que está mirando bien a todas partes.
La vio bajar de la cumbre del cerrillo y que estuvo mirando hacia donde antes él la veía. Salió a su encuentro a un lado del cerro y le dijo: “¿Qué hay, hijo mío el más pequeño? ¿Adónde vas?” ¿Se apenó él un poco o tuvo vergüenza, o se asustó?

Juan Diego se inclinó delante de ella; y le saludó, diciendo: “Niña mía, la más pequeña de mis hijas. Señora, ojalá estés contenta. ¿Cómo has amanecido? ¿Estás bien de salud, Señora y Niña mía? Voy a causarte aflicción: sabe, Niña mía, que está muy malo un pobre siervo tuyo, mi tío; le ha dado la peste, y está para morir. Ahora voy presuroso a tu casa de México a llamar uno de los sacerdotes amados de Nuestro Señor, que vaya a confesarle y disponerle; porque desde que nacimos, venimos a aguardar el trabajo de nuestra muerte.

Pero si voy a hacerlo, volveré luego otra vez aquí, para ir a llevar tu mensaje. Señora y Niña mía, perdóname; tenme por ahora paciencia; no te engaño, Hija mía la más pequeña; mañana vendré a toda prisa”. Después de oír la plática de Juan Diego, respondió la piadosísima Virgen: “Oye y ten entendido, hijo mío el más pequeño, que es nada lo que te asusta y aflige, no se turbe tu corazón, no temas esa enfermedad, ni otra alguna enfermedad y angustia. ¿No estoy yo aquí que soy tu Madre? ¿No estás bajo mi sombra? ¿No soy yo tu salud? ¿No estás por ventura en mi regazo? ¿Qué más has menester? No te apene ni te inquiete otra cosa; no te aflija la enfermedad de tu tío, que no morirá ahora de ella: está seguro que ya sanó”.

(Y entonces sanó su tío según después se supo). Cuando Juan Diego oyó estas palabras de la Señora del Cielo, se consoló mucho; quedó contento. Le rogó que cuanto antes le despachara a ver al señor obispo, a llevarle alguna señal y prueba; a fin de que le creyera.

La Señora del Cielo le ordenó luego que subiera a la cumbre del cerrillo, donde antes la veía. Le dijo: “Sube, hijo mío el más pequeño, a la cumbre del cerrillo, allí donde me vise y te di órdenes, hallarás que hay diferentes flores; córtalas, júntalas, recógelas; Enseguida baja y tráelas a mi presencia”.

Al punto subió Juan Diego al cerrillo y cuando llegó a la cumbre se asombró mucho de que hubieran brotado tantas variadas, exquisitas rosas de Castilla, antes del tiempo en que se dan, porque a la sazón se encrudecía el hielo; estaban muy fragantes y llenas de rocío, de la noche, que semejaba perlas preciosas.

Luego empezó a cortarlas; las juntó y las echó en su regazo. Bajó inmediatamente y trajo a la Señora del Cielo las diferentes rosas que fue a cortar; la que, así como las vio, las cogió con su mano y otra vez se las echó en el regazo, diciéndole: “Hijo mío el más pequeño, esta diversidad de rosas es la prueba y señal que llevarás al obispo.

Le dirás en mi nombre que vea en ella mi voluntad y que él tiene que cumplirla. Tú eres mi embajador, muy digno de confianza. Rigurosamente te ordeno que sólo delante del obispo despliegues tu manta y descubras lo que llevas. Contarás bien todo; dirás que te mandé subir a la cumbre del cerrillo que fueras a cortar flores; y todo lo que viste y admiraste; para que puedas inducir al prelado a que te dé su ayuda, con objeto de que se haga y erija el templo que he pedido”.

Después que la Señora del Cielo le dio su consejo, se puso en camino por la calzada que viene derecho a México: ya contento y seguro de salir bien, trayendo con mucho cuidado lo que portaba en su regazo, no fuera que algo se le soltara de las manos, y gozándose en la fragancia de las variadas hermosas flores.

Al llegar al palacio del obispo, salieron a su encuentro el mayordomo y otros criados del prelado. Les rogó le dijeran que deseaba verle, pero ninguno de ellos quiso, haciendo como que no le oían, sea porque era muy temprano, sea porque ya le conocían, que sólo los molestaba, porque les era importuno; y, además, ya les habían informado sus compañeros, que le perdieron de vista, cuando habían ido en su seguimiento.

Largo rato estuvo esperando. Ya que vieron que hacía mucho que estaba allí, de pie, cabizbajo, sin hacer nada, por si acaso era llamado; y que al parecer traía algo que portaba en su regazo, se acercaron a él para ver lo que traía y satisfacerse.

Viendo Juan Diego que no les podía ocultar lo que tría y que por eso le habían de molestar, empujar o aporrear, descubrió un poco que eran flores, y al ver que todas eran distintas rosas de Castilla, y que no era entonces el tiempo en que se daban, se asombraron muchísimo de ello, lo mismo de que estuvieran muy frescas, tan abiertas, tan fragantes y tan preciosas.
Quisieron coger y sacarle algunas; pero no tuvieron suerte las tres veces que se atrevieron a tomarlas; no tuvieron suerte, porque cuando iban a cogerlas, ya no se veían verdaderas flores, sino que les parecían pintadas o labradas o cosidas en la manta.

Fueron luego a decir al obispo lo que habían visto y que pretendía verle el indito que tantas veces había venido; el cual hacía mucho que aguardaba, queriendo verle. Cayó, al oírlo el señor obispo, en la cuenta de que aquello era la prueba, para que se certificara y cumpliera lo que solicitaba el indito. Enseguida mandó que entrara a verle.

Luego que entró, se humilló delante de él, así como antes lo hiciera, y contó de nuevo todo lo que había visto y admirado, y también su mensaje. Dijo: “Señor, hice lo que me ordenaste, que fuera a decir a mi Ama, la Señora del Cielo, Santa María, preciosa Madre de Dios, que pedías una señal para poder creerme que le has de hacer el templo donde ella te pide que lo erijas; y además le dije que yo te había dado mi palabra de traerte alguna señal y prueba, que me encargaste, de su voluntad.

Condescendió a tu recado y acogió benignamente lo que pides, alguna señal y prueba para que se cumpla su voluntad. Hoy muy temprano me mandó que otra vez viniera a verte; le pedí la señal para que me creyeras, según me había dicho que me la daría; y al punto lo cumplió: me despachó a la cumbre del cerrillo, donde antes yo la viera, a que fuese a cortar varias rosas de Castilla.
Después me fui a cortarlas, las traje abajo; las cogió con su mano y de nuevo las echó en mi regazo, para que te las trajera y a ti en persona te las diera. Aunque yo sabía bien que la cumbre del cerrillo no es lugar en que se den flores, porque sólo hay muchos riscos, abrojos, espinas, nopales y mezquites, no por eso dudé; cuando fui llegando a la cumbre del cerrillo miré que estaba en el paraíso, donde había juntas todas las varias y exquisitas rosas de Castilla, brillantes de rocío que luego fui a cortar.

Ella me dijo por qué te las había de entregar; y así lo hago, para que en ellas veas la señal que pides y cumplas su voluntad; y también para que aparezca la verdad de mi palabra y de mi mensaje. He las aquí: recíbelas”.

Desenvolvió luego su blanca manta, pues tenía en su regazo las flores; y así que se esparcieron por el suelo todas las diferentes rosas de Castilla, se dibujó en ella y apareció de repente la preciosa imagen de la siempre Virgen Santa María, Madre de Dios, de la manera que está y se guarda hoy en su templo del Tepeyácac, que se nombra Guadalupe.

Luego que la vio el señor obispo, él y todos los que allí estaban se arrodillaron; mucho la admiraron; se levantaron; se entristecieron y acongojaron, mostrando que la contemplaron con el corazón y con el pensamiento.

El señor obispo, con lágrimas de tristeza oró y pidió perdón de no haber puesto en obra su voluntad y su mandato. Cuando se puso de pie, desató del cuello de Juan Diego, del que estaba atada, la manta en que se dibujó y apareció la señora del Cielo.
Luego la llevó y fue a ponerla en su oratorio. Un día más permaneció Juan Diego en la casa del obispo que aún le detuvo. Al día siguiente, le dijo: “Ea, a mostrar dónde es voluntad de la Señora del Cielo que le erija su templo”.

Inmediatamente se convidó a todos para hacerlo. No bien Juan Diego señaló dónde había mandado la Señora del Cielo que se levantara su templo, pidió licencia de irse.
Quería ahora ir a su casa a ver a su tío Juan Bernardino, el cual estaba muy grave, cuando le dejó y vino a Tlatilolco a llamar a un sacerdote, que fuera a confesarle y disponerle, y le dijo la Señora del Cielo que ya había sanado.

Pero no le dejaron ir solo, sino que le acompañaron a su casa. Al llegar, vieron a su tío que estaba muy contento y que nada le dolía.

Se asombró mucho de que llegara acompañado y muy honrado su sobrino, a quien preguntó la causa de que así lo hicieran y que le honraran mucho.

Le respondió su sobrino que, cuando partió a llamar al sacerdote que le confesara y dispusiera, se le apareció en el Tepeyácac la Señora del Cielo; La que, diciéndole que no se afligiera, que ya su tío estaba bueno, con que mucho se consoló, le despachó a México, a ver al señor obispo para que le edificara una casa en el Tepeyácac. Manifestó su tío ser cierto que entonces le sanó y que la vio del mismo modo en que se aparecía a su sobrino; sabiendo por ella que le había enviado a México a ver al obispo.

También entonces le dijo la Señora que, cuando él fuera a ver al obispo, le revelara lo que vio y de qué manera milagrosa le había sanado; y que bien la nombraría, así como bien había de nombrarse su bendita imagen, la siempre Virgen Santa María de Guadalupe.

Trajeron luego a Juan Bernardino a presencia del señor obispo; a que viniera a informarle y atestiguara delante de él. A entrambos, a él y a su sobrino, los hospedó el obispo en su casa algunos días, hasta que se erigió el templo de la Reina del Tepeyácac, donde la vio Juan Diego.
El Señor obispo trasladó a la Iglesia Mayor la santa imagen de la amada Señora del Cielo; la sacó del oratorio de su palacio, donde estaba, para que toda la gente viera y admirara su bendita imagen.

La ciudad entera se conmovió: venía a ver y admirar su devota imagen, y a hacerle oración. Mucho le maravillaba que se hubiese aparecido por milagro divino; porque ninguna persona de este mundo pintó su preciosa imagen.


(Nuestra Señora de Guadalupe, Colonia - Uruguay)

Nuestra Señora de Guadalupe

(Tercera aparición narrada por el Nican Mopohua)

TERCERA APARICIÓN
Entre tanto, Juan Diego estaba con la Santísima Virgen, diciéndole la respuesta que traía del señor obispo; la que oída por la Señora, le dijo: “Bien está, hijo mío, volverás aquí mañana para que lleves al obispo la señal que te ha pedido; con eso e creerá y acerca de esto ya no dudará ni de ti sospechará y sábete, hijito mío, que yo te pagaré tu cuidado y el trabajo y cansancio que por mí has emprendido; ea, vete ahora; que mañana aquí te aguardo”.

Al día siguiente, lunes, cuando tenía que llevar Juan Diego alguna señal para ser creído, ya no volvió, porque cuando llegó a su casa, un tío que tenía, llamado Juan Bernardino, le había dado la enfermedad, y estaba muy grave. Primero fue a llamar a un médico y le auxilió; pero ya no era tiempo, ya estaba muy grave.

Por la noche, le rogó su tío que de madrugada saliera, y viniera a Tlatilolco a llamar un sacerdote, que fuera a confesarle y disponerle, porque estaba muy cierto de que era tiempo de morir y que ya no se levantaría ni sanaría. El martes, muy de madrugada, se vino Juan Diego de su casa a Tlatilolco a llamar al sacerdote; y cuando venía llegando al camino que sale junto a la ladera del cerrillo del Tepeyácac, hacia el poniente, por donde tenía costumbre de pasar, dijo: “Si me voy derecho, no sea que me vaya a ver la Señora, y en todo caso me detenga, para que llevase la señal al prelado, según me previno: que primero nuestra aflicción nos deje y primero llame yo deprisa al sacerdote; el pobre de mi tío lo está ciertamente aguardando”.

Luego, dio vuelta al cerro, subió por entre él y pasó al otro lado, hacia el oriente, para llegar pronto a México y que no le detuviera la Señora del Cielo.

Nuestra Señora de Guadalupe

(Segunda aparición narrada por el Nican Mopohua)

SEGUNDA APARICIÓN
En el mismo día se volvió; se vino derecho a la cumbre del cerrillo y acertó con la Señora del Cielo, que le estaba aguardando, allí mismo donde la vio la vez primera.
Al verla se postró delante de ella y le dijo: "Señora, la más pequeña de mis hijas, Niña mía, fui a donde me enviaste a cumplir tu mandado; aunque con dificultad entré a donde es el asiento del prelado; le vi y expuse tu mensaje, así como me advertiste; me recibió benignamente y me oyó con atención; pero en cuanto me respondió, pareció que no la tuvo por cierto, me dijo: "Otra vez vendrás; te oiré más despacio: veré muy desde el principio el deseo y voluntad con que has venido..."

Comprendí perfectamente en la manera que me respondió, que piensa que es quizás invención mía que Tú quieres que aquí te hagan un templo y que acaso no es de orden tuya; por lo cual, te ruego encarecidamente, Señora y Niña mía, que a alguno de los principales, conocido, respetado y estimado le encargues que lleve tu mensaje para que le crean porque yo soy un hombrecillo, soy un cordel, soy una escalerilla de tablas, soy cola, soy hoja, soy gente menuda, y Tú, Niña mía, la más pequeña de mis hijas, Señora, me envías a un lugar por donde no ando y donde no paro.
Perdóname que te cause gran pesadumbre y caiga en tu enojo, Señora y Dueña mía". Le respondió la Santísima Virgen: "Oye, hijo mío el más pequeño, ten entendido que son muchos mis servidores y mensajeros, a quienes puedo encargar que lleven mi mensaje y hagan mi voluntad; pero es de todo punto preciso que tú mismo solicites y ayudes y que con tu mediación se cumpla mi voluntad.

Mucho te ruego, hijo mío el más pequeño, y con rigor te mando, que otra vez vayas mañana a ver al obispo. Dale parte en mi nombre y hazle saber por enero mi voluntad, que tiene que poner por obra el templo que le pido.

Y otra vez dile que yo en persona, la siempre Virgen Santa María, Madre de Dios, te envía”. Respondió Juan Diego: ”Señora y Niña mía, no te cause yo aflicción; de muy buena gana iré a cumplir tu mandado; de ninguna manera dejaré de hacerlo ni tengo por penoso el camino.
Iré a hacer tu voluntad; pero acaso no seré oído con agrado; o si fuere oído, quizás no se me creerá. Mañana en la tarde, cuando se ponga el sol, vendré a dar razón de tu mensaje con lo que responda el prelado. Ya de ti me despido, Hija mía la más pequeña, mi Niña y Señora. Descansa entre tanto”.

Luego se fue él a descansar a su casa. Al día siguiente, domingo, muy de madrugada, salió de su casa y se vino derecho a Tlatilolco, a instruirse en las cosas divinas y estar presente en la cuenta para ver enseguida al prelado.

Casi a las diez, se presentó después de que oyó misa y se hizo la cuenta y se dispersó el gentío. Al punto se fue Juan Diego al palacio del señor obispo. Apenas llegó, hizo todo empeño por verlo, otra vez con mucha dificultad le vio: se arrodilló a sus pies; se entristeció y lloró al exponerle el mandato de la Señora de Cielo; que ojalá que creyera su mensaje, y la voluntad de la Inmaculada, de erigirle su templo donde manifestó que lo quería.

El señor obispo, para cerciorarse, le preguntó muchas cosas, dónde la vio y cómo era; y él refirió todo perfectamente al señor obispo. Mas aunque explicó con precisión la figura de ella y cuanto había visto y admirado, que en todo se descubría ser ella la siempre Virgen Santísima Madre del Salvador Nuestro Señor Jesucristo; sin embargo, no le dio crédito y dijo que no solamente por su plática y solicitud se había de hacer lo que pedía; que, además, era muy necesaria alguna señal; para que se le pudiera creer que le enviaba la misma Señora del Cielo. Así que lo oyó, dijo Juan Diego al obispo: “Señor, mira cuál ha de ser la señal que pides; que luego iré a pedírsela a la Señora del Cielo que me envía acá”. Viendo el obispo que ratificaba todo, sin dudar, ni retractar nada, le despidió.

Mandó inmediatamente a unas gentes de su casa en quienes podía confiar, que le vinieran siguiendo y vigilando a dónde iba y a quién veía y hablaba. Así se hizo. Juan Diego se vino derecho y caminó por la calzada; los que venían tras él, donde pasa la barranca, cerca del puente Tepeyácac, lo perdieron; y aunque más buscaron por todas partes, en ninguna le vieron. Así es que regresaron, no solamente porque se fastidiaron, sino también porque les estorbó su intento y les dio enojo.

Eso fueron a informar al señor obispo, inclinándole a que no le creyera, le dijeron que no más le engañaba; que no más forjaba lo que venía a decir, o que únicamente soñaba lo que decía y pedía; y en suma discurrieron que si otra vez volvía, le habían de coger y castigar con dureza, para que nunca más mintiera y engañara.


(Nuestra Señora de Guadalupe, Colonia - Uruguay)

Nuestra Señora de Guadalupe

El Nican Mopohua (“aquí se narra) es el relato escrito en idioma Náhuatl de las apariciones de Nuestra Señora de Guadalupe en el cerro Tepeyac, México. Fue escrito pocos años después de los hechos (siglo XVI), por un sabio indígena: Don Antonio Valeriano. El autor recoge allí el testimonio del propio Juan Diego, vidente de la Virgen de Guadalupe, pocos años después de los hechos acontecidos.

El escrito fue traducido al español y fue publicado por el bachiller Luis Lasso de la Vega, vicario de la capilla del Tepeyac.

NICAN MOPOHUA
(Texto original de las apariciones de la Virgen de Guadalupe a San Juan Diego)

Relato de las apariciones de la Virgen de Guadalupe.
En orden y concierto se refiere aquí de qué maravillosa manera se apareció poco ha la siempre Virgen María, Madre de Dios, Nuestra Reina, en el Tepeyac, que se nombra Guadalupe.

Primero se dejó ver de un pobre indio llamado Juan Diego; y después se apareció su preciosa imagen delante del nuevo obispo don fray Juan de Zumárraga. También (se cuentan) todos los milagros que ha hecho.

PRIMERA APARICIÓN

Diez años después de tomada la ciudad de México se suspendió la guerra y hubo paz entre los pueblos, así como empezó a brotar la fe, el conocimiento del verdadero Dios, por quien se vive. A la sazón, en el año de mil quinientos treinta y uno, a pocos días del mes de diciembre, sucedió que había un pobre indio, de nombre Juan Diego según se dice, natural de Cuautitlán. Tocante a las cosas espirituales aún todo pertenecía a Tlatilolco.

Era sábado, muy de madrugada, y venía en pos del culto divino y de sus mandados. al llegar junto al cerrillo llamado Tepeyácac amanecía y oyó cantar arriba del cerrillo: semejaba canto de varios pájaros preciosos; callaban a ratos las voces de los cantores; y parecía que el monte les respondía. Su canto, muy suave y deleitosos, sobrepujaba al del COYOLTOTOTL y del TZINIZCAN y de otros pájaros lindos que cantan.

Se paró Juan Diego a ver y dijo para sí: "¿Por ventura soy digno de lo que oigo? ¿Quizás sueño? ¿Me levanto de dormir? ¿Dónde estoy? ¿Acaso en el paraíso terrenal, que dejaron dicho los viejos, nuestros mayores? ¿Acaso ya en el cielo?"

Estaba viendo hacia el oriente, arriba del cerrillo de donde procedía el precioso canto celestial y así que cesó repentinamente y se hizo el silencio, oyó que le llamaban de arriba del cerrillo y le decían: "Juanito, Juan Dieguito".

Luego se atrevió a ir adonde le llamaban; no se sobresaltó un punto; al contrario, muy contento, fue subiendo al cerrillo, a ver de dónde le llamaban. Cuando llegó a la cumbre, vio a una señora, que estaba allí de pie y que le dijo que se acercara.

Llegado a su presencia, se maravilló mucho de su sobrehumana grandeza: su vestidura era radiante como el sol; el risco en que se posaba su planta flechado por los resplandores, semejaba una ajorca de piedras preciosas, y relumbraba la tierra como el arco iris.

Los mezquites, nopales y otras diferentes hierbecillas que allí se suelen dar, parecían de esmeralda; su follaje, finas turquesas; y sus ramas y espinas brillaban como el oro.
Se inclinó delante de ella y oyó su palabra muy blanda y cortés, cual de quien atrae y estima mucho. Ella le dijo: "Juanito, el más pequeño de mis hijos, ¿a dónde vas?" Él respondió: "Señora y Niña mía, tengo que llegar a tu casa de México Tlatilolco, a seguir cosas divinas, que nos dan y enseñan nuestros sacerdotes, delegados de nuestro Señor".

Ella luego le habló y le descubrió su santa voluntad, le dijo: "Sabe y ten entendido, tú, el más pequeño de mis hijos, que yo soy la siempre Virgen Santa María, Madre del verdadero Dios por quien se vive; del Creador cabe quien está todo; Señor del cielo y de la tierra.
Deseo vivamente que se me erija aquí un templo para en él mostrar y dar todo mi amor, compasión, auxilio y defensa, pues yo soy vuestra piadosa madre; a ti, a todos vosotros juntos los moradores de esta tierra y a los demás amadores míos que me invoquen y en mí confíen; oír allí sus lamentos, y remediar todas sus miserias, penas y dolores.

Y para realizar lo que mi clemencia pretende, ve al palacio del obispo de México y le dirás cómo yo te envío a manifestarle lo que mucho deseo, que aquí en el llano me edifique un templo: le contarás puntualmente cuanto has visto y admirado y lo que has oído.

Ten por seguro que lo agradeceré bien y lo pagaré, porque te haré feliz y merecerás mucho que yo recompense el trabajo y fatiga con que vas a procurar lo que te encomiendo. Mira que ya has oído mi mandato, hijo mío el más pequeño, anda y pon todo tu esfuerzo".

Al punto se inclinó delante de ella y le dijo: "Señora mía, ya voy a cumplir tu mandado; por ahora me despido de ti, yo tu humilde siervo" Luego bajó, para ir a hacer su mandado; y salió a la calzada que viene en línea recta a México.

Habiendo entrado en la ciudad, sin dilación se fue en derechura al palacio del obispo, que era el prelado que muy poco antes había venido y se llamaba don fray Juan de Zumárraga, religioso de San Francisco. Apenas llegó, trató de verle; rogó a sus criados que fueran a anunciarle y pasado un buen rato vinieron a llamarle, que había mandado el señor obispo que entrara.

Luego que entro, se inclinó y arrodilló delante de él; en seguida le dio el recado de la Señora del Cielo; y también le dijo cuanto admiró, vio y oyó. Después de oír toda su plática y su recado, pareció no darle crédito; y le respondió: "Otra vez vendrás, hijo mío y te oiré más despacio, lo veré muy desde el principio y pensaré en la voluntad y deseo con que has venido".

Él salió y se vino triste; porque de ninguna manera se realizó su mensaje.

domingo, 31 de octubre de 2010

Breve historia de las apariciones de la Virgen en Medjugorje II

El quinto día:

El día 28 de junio de 1981, grandes multitudes de todas partes, se juntaron desde temprano. Hacia el mediodía, había unas quince mil personas. Ese mismo día fray Jozo Zovko, el párroco, interrogó a los niños sobre lo que habían visto y oído en los días anteriores.

A la hora de costumbre, la Virgen apareció nuevamente. Los niños rezaron con Ella y luego hicieron preguntas. Vicka le preguntó: “Mi querida Señora, ¿qué quisieras de nuestros sacerdotes?”. La Virgen le contestó: “La gente debe rezar y creer firmemente”. De los sacerdotes dijo que debían ser fuertes en la fe y ayudar a los demás a creer firmemente.

Ese día la Virgen apareció varias veces. Una de esas veces los niños le preguntaron por qué no se aparecía en la parroquia para que todo el mundo la viera. Contestó: “Bienaventurados aquellos que sin haber visto, han creído”.

El sexto día:

El 29 de junio de 1981, los niños fueron llevados a Mostar para un reconocimiento médico, tras el que se les diagnostico como “sanos”. El informe del médico jefe del servicio fue “No están locos los niños, sino las personas que los han traído hasta aquí”.

La multitud ese día, en la colina de las apariciones, fue mayor que nunca. Tan pronto como los niños llegaron al lugar de siempre y empezaron a rezar, la Virgen se apareció. En esta ocasión, la Madre de Dios les exhortó a tener fe, diciéndoles: “La gente debe creer firmemente y no tener miedo”.

Ese día, una doctora que iba siguiendo a los niños durante la aparición, deseó tocar a la Virgen, y sintió un estremecimiento cuando los videntes guiaron su mano al lugar donde se encontraba Su hombro. La doctora, aunque era agnóstica, tuvo que reconocer que: “Aquí, algo extraño está pasando”.

Ese mismo día, un niño llamado Daniel Setka, fue milagrosamente curado. Sus padres lo llevaron a Medjugorje, rezando específicamente para su curación. La Virgen había prometido que esto se haría si los padres rezaban, creían y ayunaban. El niño fue sanado de repente.

El séptimo día:

El 30 de junio de 1981, dos chicas jóvenes propusieron a los videntes irse lejos en coche para dar un paseo. Su intención era llevarlos lejos de la zona y retenerlos hasta después de la hora de las apariciones. Sin embargo, aunque los niños se encontraran lejos del Podbrdo, una llamada interior los incitó a salir del coche. Tan pronto obedecieron y se pusieron a rezar, la Virgen se acercó a ellos desde la dirección del Pobdro, que en ese momento se encontraba a un kilómetro.

De esta manera, la trampa de aquellas jóvenes quedó sin efecto. Muy pronto, luego de este episodio, la policía comenzó a entorpecer, a los niños y a los peregrinos, el camino hacia el lugar de las apariciones. Aunque luego se les prohibió ir, la Virgen siguió apareciéndoseles en lugares escondidos, en sus casas y en el campo.

Al mismo tiempo, el párroco empezó a acoger a los peregrinos en la iglesia, permitiéndoles participar en el rosario y en la celebración de la eucaristía. Los videntes también rezaban ahí el rosario. La Virgen se apareció a veces, durante este período, en la iglesia. Incluso una vez, el mismo párroco, mientras rezaba el rosario, vio a la Virgen; inmediatamente interrumpió la oración y espontáneamente comenzó a cantar un canto popular: “Lijepa si, lijepa Djevo Mario” (“Oh, qué bella eres Santísima Virgen María”). Así, él, que hasta entonces no solamente había dudado, sino estado en contra del más mínimo hablar sobre las apariciones, se convirtió en el defensor de ellas. Dio testimonio de su apoyo a las apariciones a tl punto que fue condenado a prisión.