domingo, 17 de octubre de 2010

Cinco piedras (parte I)

El relato de David y Goliat está enmarcado en la tercera parte de la historia sagrada, luego del Génesis y del Éxodo. Los israelitas todavía no son dueños de las tierras de Canaán pero las doce tribus se han acostumbrado a una vida campesina y sedentaria, luego de haber sido pastores errantes.

Establecidos en los cerros, deben lidiar con el asedio de los filisteos que viven en la fértil llanura de la costa, en las ciudades de Gat, Gaza, Azoto, Ascalon y Acarón.

En este momento, los israelitas sienten la necesidad de unirse en torno a un solo rey, una autoridad estable y permanente que sustituya a los “jueces”, esos inspirados que no siempre están cuando el pueblo los necesita. De esta manera, Saúl fue elegido el primer rey de Israel. A sus órdenes se encontraba David de Belén, “valiente y hábil para la guerra, agradable para conversar, de buena presencia y muy favorecido de Yavé”, (1-Samuel 16:18).

En aquellos días “salió de entre las filas filisteas un guerrero llamado Goliat. Era de la ciudad de Gat y medía alrededor de tres metros de altura. Toda su armadura y sus armas eran de bronce: el casco que llevaba en la cabeza, la coraza de escamas de que iba revestido y que pesaba sesenta kilos, las polainas que cubrían sus piernas y la lanza que cargaba a sus espaldas. Esta era tan gruesa como un palo de telar, terminaba en una punta de hierro y pesaba siete kilos.

Delante de él marchaba el que llevaba su escudo. Se detuvo frente a las líneas israelitas y gritó: ‘¿Por qué han salido para ponerse en orden de batalla? Yo soy filisteo; ustedes, en cambio, son los servidores de Saúl. Escojan, pues, un hombre que pueda pelear conmigo. Si es más fuerte que yo y me mata, nosotros seremos sus esclavos, pero si yo soy más fuerte y lo mato, entonces ustedes serán nuestros esclavos y nos servirán.’ Y el filisteo agregó: ‘Este es mi desafío a los israelitas: preséntenme un hombre para que luchemos juntos’. Al oír esto, Saúl y todo Israel quedaron asombrados y asustados”, (1-Samuel 17:4 – 11). “El filisteo se presentaba cada mañana y tarde, y lo hizo por espacio de cuarenta días” (1-Samuel 17:16).

“David dijo a Saúl: ‘¡No hay por qué tenerle miedo a ese! Yo, tu servidor, iré a pelear con ese filisteo’. Dijo Saúl: ‘No puedes pelear contra él, pues tu eres un jovencito y él es un hombre adiestrado para la guerra desde su juventud’.

David le respondió: ‘Cuando estaba guardando el rebaño de mi padre y venía un león o un oso y se llevaba una oveja del rebaño, yo lo perseguía, lo golpeaba y se lo arrancaba. Si se volvía contra mí, lo tomaba de la quijada y lo mataba hasta matarlo. Yo he matado leones y osos; lo mismo haré con este filisteo que ha insultado a los ejércitos del Dios vivo’. Y añadió David ‘Yavé, que me ha librado de las garras del león y del oso, me librará de las manos de este filisteo’.

Entonces Saúl dijo a David ‘Vete y que Yavé sea contigo’. Luego Saúl le puso su equipo de combate. Le dio un casco de bronce y una coraza. Después, David se abrochó el cinturón con la espada por sobre la coraza pero no pudo andar porque no estaba acostumbrado. Y se deshizo de todas esas cosas. Tomó, en cambio, su bastón, escogió en el río cinco piedras lisas y las colocó en su bolsa de pastor. Luego avanzó hacia el filisteo con la honda en la mano.

El filisteo se acercó más y más a David, precedido por el que llevaba su escudo, y cuando lo vio lo despreció porque era un jovencito. Y le dijo: ‘¿Crees que soy un perro para que vengas a amenazarme con un palo? ¡Que mis dioses te maldigan! ¡Ven a atacarme para poder así tirar tu cuerpo a las aves de rapiña y a las fieras salvajes!’.

David, empero, le respondió: ‘Tú vienes a pelear conmigo armado de jabalina, lanza y espada; yo, en cambio, te ataco en nombre de Yavé, el Dios de los Ejércitos de Israel, a quien tú has desafiado. Hoy te entregará Yavé en mis manos, te derribaré y te cortaré la cabeza. Y hoy mismo daré tu cadáver y los cadáveres del ejército filisteo a las aves de rapiña y a las fieras salvajes. Toda la tierra sabrá que hay un Dios en Israel, y sabrán todas estas gentes que Yavé no necesita espada o lanza para dar la victoria, porque la suerte de la batalla está en sus manos’.

Cuando el filisteo se lanzó contra David, éste metió rápidamente su mano en la bolsa, sacó la piedra y se la tiró con la honda. La piedra alcanzó al filisteo, hundiéndosele en la frente. Este cayó de bruces al suelo. David, entonces, corrió y se puso de pie encima de su cuerpo, tomó su espada y lo remató cortándole la cabeza. Los filisteos al ver muerto a su héroe, huyeron. Así pues sin otra arma que su honda y una piedra, David derrotó al filisteo y le quitó la vida” (1-Samuel 17:32 – 51).

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